martes, 18 de junio de 2019

Nos vigilan: confirmado

Llevo un tiempo acariciando una sospecha: nos vigilan. Cuando lo comento con mis amigos todos me dicen que esa impresión es fruto de mi carácter ‘conspiranoico’. Pero me están sucediendo cosas que me confirman esta creencia.
Nuestros terminales móviles se han convertido en auténticos chivatos de todo cuanto hacemos. Están en constante alerta, escuchando nuestras conversaciones, nuestras opiniones y nuestras preferencias como consumidores.
Antes incluso de hacer una búsqueda en internet ya me aparecen en los espacios dedicados a la publicidad el coche que querría tener, la guitarra que me gustaría tocar y dónde quiero ir de vacaciones. Yo no sé si tendrá algo que ver en que mi teléfono sea de esa marca a la que EEUU ha vetado, pero algo debe haber.
Ahora no podemos vivir sin el móvil, que es poco más o menos que como tener un terrateniente o un señorito cortijero en el bolsillo. Te desea un buen día, te piropea, te recuerda que no has andado lo suficiente, o te dice -como es mi caso- constantemente el nombre de mi suegra. Y lo peor es el lugar de privilegio que le hemos dado en nuestra vida. Incluso lo colocamos amorosamente en nuestra mesita de noche, junto al vaso de agua y al santo de nuestra particular devoción.
A veces estoy tentado de mentirle, de hacerle creer que no soy quien soy, pero es imposible. Quienes nos vigilan saben perfectamente nuestras apetencias y condición social, y no les vamos a hacer cambiar de opinión.
Parece que en esto del big data cuenta todo: la hamburguesa que se come un texano a la pizza que pide un cacereño a miles de kilómetros. Todo se almacena, se contabiliza. De hecho, ya ha habido una condena a la LaLiga de fútbol por escuchar el móvil de 50.000 españoles y averiguar a qué bares iban a ver el partido de fútbol. Ya no hay vuelta atrás. Esto es imparable. Saben a dónde vas a ver el partido y el teléfono de tu suegra. El paso siguiente no lo quiero ni imaginar, pero no va a tardar en llegar como no nos rebelemos pronto.