martes, 29 de noviembre de 2016

Luces y sombras de un revolucionario

La izquierda española ha tenido tradicionalmente una gran fascinación por la revolución cubana. La muerte el sábado de Fidel Castro conmociona al mundo entero por ser una de las grandes figuras del siglo XX.

Al margen de ideologías, es innegable que el comandante encarnó para gran parte de la juventud de su época el ideal revolucionario. Su trayectoria, desde que era un guerrillero barbudo en Sierra Maestra, hasta que derroca a Batista, es única. Abrazó el marxismo y se convirtió en un problema molesto para los americanos que veían cómo tenían a escasos 150 kilómetros de Miami a un régimen comunista que, a pesar de los constantes envites, resistía. Padre para unos, tirano para otros, puso en jaque al mundo durante la crisis de los misiles. El botón nuclear casi se llegó a pulsar por el pulso que le echó a EEUU.


Su régimen tiene luces y sombras. Para hacer frente a una economía de guerra y a una situación de bloqueo que todavía dura hubo un recorte total de libertades evidente. Muchos sufrieron la represión de un régimen que como todos los totalitarismos (de izquierdas o de derechas) necesita del miedo para afianzarse en el poder. Tampoco se le pueden negar los logros, especialmente en ámbito cultural y médico. Yo me he criado con las canciones de Pablo Milanés y de Silvio Rodríguez, representantes de la Nueva Trova Cubana, un movimiento que aúna compromiso con poesía. Milanés, en una de sus canciones le dice: «Qué tengo yo que hablarte, comandante, si el poeta eres tú…». Cuba y su ciudad Santiago han fascinado siempre a los creadores. Ahora, lo principal son los cubanos, que puedan construir un país sin injerencias de los imperialistas, pero sobre las bases de la libertad y la democracia. «Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba», como dijo el Papa Juan Pablo II en aquella memorable visita a La Habana. (Fidel Castro: Me condenáis. La historia me absolverá).