La izquierda española ha tenido tradicionalmente una gran
fascinación por la revolución cubana. La muerte el sábado de Fidel Castro
conmociona al mundo entero por ser una de las grandes figuras del siglo XX.
Al margen de ideologías, es innegable que el comandante
encarnó para gran parte de la juventud de su época el ideal revolucionario. Su
trayectoria, desde que era un guerrillero barbudo en Sierra Maestra, hasta que
derroca a Batista, es única. Abrazó el marxismo y se convirtió en un problema
molesto para los americanos que veían cómo tenían a escasos 150 kilómetros de
Miami a un régimen comunista que, a pesar de los constantes envites, resistía.
Padre para unos, tirano para otros, puso en jaque al mundo durante la crisis de
los misiles. El botón nuclear casi se llegó a pulsar por el pulso que le echó a
EEUU.
Su régimen tiene luces y sombras. Para hacer frente a una
economía de guerra y a una situación de bloqueo que todavía dura hubo un
recorte total de libertades evidente. Muchos sufrieron la represión de un
régimen que como todos los totalitarismos (de izquierdas o de derechas)
necesita del miedo para afianzarse en el poder. Tampoco se le pueden negar los
logros, especialmente en ámbito cultural y médico. Yo me he criado con las
canciones de Pablo Milanés y de Silvio Rodríguez, representantes de la Nueva
Trova Cubana, un movimiento que aúna compromiso con poesía. Milanés, en una de
sus canciones le dice: «Qué tengo yo que hablarte, comandante, si el poeta eres
tú…». Cuba y su ciudad Santiago han fascinado siempre a los creadores. Ahora,
lo principal son los cubanos, que puedan construir un país sin injerencias de
los imperialistas, pero sobre las bases de la libertad y la democracia. «Que
Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba», como dijo el Papa Juan Pablo
II en aquella memorable visita a La Habana. (Fidel Castro: Me condenáis. La
historia me absolverá).