miércoles, 27 de diciembre de 2017

El belén, tradición en peligro

La jornada de ayer tiene siempre para mí un especial significado. Como andaluz en la diáspora regreso a Sevilla para pasar la Nochebuena con mis seres queridos. Momento de reencuentros y de felicitaciones que siempre contrasta con el recuerdo de los que ya no están en la mesa junto a nosotros. Las sillas vacías en esas fechas son siempre motivo de desgarro interior. Entre las luces, las felicitaciones, los obsequios y todo lo superfluo las ausencias son como esos pellizcos emocionales que empañan lo que deberían ser momentos de felicidad completa.

En Sevilla, en casa de mis padres ponemos un belén en un largo aparador del vetusto salón. A lo largo de décadas no ha habido grandes novedades en su estructura. Alguna figura que incorporó mi tío, algún pastor de mi hermana y la disposición de las montañas que hizo con cartón, quizá una oveja que repuso mi madre, la fuente de agua eterna a la que el motor a veces se le estropea y que fue la atracción hace unos lustros…

Y como el río de Heráclito el escenario es siempre el mismo, pero siempre diferente. Ese portal es como el crisol de esperanzas de una familia y tiene jirones de la vida de todos sus miembros. Por eso, como si de un árbol-madre se tratara merece mi máximo respeto y veneración aunque no se trate de nada sacro en el sentido estricto de la palabra. Para mí y los míos es importante. En Sevilla los belenes son una tradición que se pasa de padres a hijos y que tiene una gran relevancia. Hay belenes en todas las iglesias, pero también en instituciones, empresas privadas, e incluso los periódicos tienen el suyo propio. Es habitual recorrerlos estos días, en gozosa peregrinación.

Por eso me duele y me parecen absurdos los ataques a esta tradición que supera los límites de lo religioso para convertirse en un sello de la identidad personal y familiar. Parece que la familia es el objetivo de las insidias de muchos colectivos sociales. Será porque funciona. Refrán: La familia te lleva a la peña, pero no te despeña..

martes, 19 de diciembre de 2017

‘Los últimos Jedi’, sin destripes

Sí, sin destripes, que a mí lo de la palabra spoilers me suena a anglicismo esnob. He visto este fin de semana el esperado Episodio VIII, Los últimos Jedi, última entrega de la saga Star Wars. Yo vi La guerra de las galaxias, siendo un infante, en un cine de Triana. Recuerdo las colas y a mi madre, que me llevó a ver una película que me dejó conmocionado.
No soy ninguna voz autorizada, no mucho más que los cientos de yotubers que ya comentan la película en internet. Lo cierto es que las estimaciones cifran en 380 millones de euros el total recaudado en el mundo por la proyección este fin de semana. Y eso es para quitarse el sombrero pues es difícil que ya --con un IVA salvaje-- un estreno ilusione tanto al público.
Multicines Cáceres estaba repleto, y había niños y padres que iban juntos a ver algo que le gustaba a ambas partes. La película no defrauda a los seguidores de la saga. El director ha conseguido mezclar con sabiduría todos los elementos exitosos de anteriores entregas: acción, humor, hijos que no saben quiénes son sus padres y la consabida lucha del bien y el mal.
Curiosamente los que más brillan en esta entrega dirigida por Rian Johnson son los actores que aparecen en casi todas las entregas Carrie Fisher (que sale volando literalmente por el espacio) y Mark Hamill, muy convincente en su papel de último y amargado jedi. En la peli hay de todo, de todo lo que esperan los fans: duelos a sable láser, criaturas espaciales sorprendentes y malos de la muerte (como la famosa estrella).
Mi único ‘pero’ es que se trata de un filme excesivamente enfocado al público infantil. Yo salí con ganas de comprarme un muñeco de Star Wars y mi sobrino, que aplaudió al final, pues ni os cuento. Creo que Disney ha tenido un gran acierto, pero a los adultos nos resultan ya algo ñoñas algunas de las tramas y subtramas pensadas más en el merchandising que en la epopeya galáctica. Aún así el filme entretiene y divierte, sin hacer pensar en mucho más, eso lo dejamos para las salas de arte y ensayo. ¿Existen aún? Refrán: A cuentas viejas, barajas nuevas.

martes, 12 de diciembre de 2017

Memoria (en verso) de un superviviente

Siempre he sentido fascinación por nuestros dos grandes cantautores patrios. Me refiero a los de la tierra extremeña: Luis Pastor y Pablo Guerrero. Creo sinceramente que si hubieran nacido en Brooklin o en Londres gozarían de más difusión, reconocimiento y predicamento del que tienen actualmente. Pero el talento no elige dónde nace y eso es a veces un lastre.

Luis Pastor acaba de publicar en Editorial Nórdica su libro Qué fue de los cantautores. Memorias en verso, y creo que merece la pena recorrer sus 128 páginas llenas de recuerdos vívidos y vividos. Este libro es un reconocimiento a varias generaciones de luchadores contra la dictadura que no han sido reconocidos llegada la democracia.

Hace unos siete años Luis Pastor había escrito y recitado públicamente un largo poema llamado Qué fue de los cantautores, que después tomó cuerpo en un disco homónimo. Durante una convalecencia de una lesión en una mano decidió extender este poema en una autobiografía en verso que ahora ve la luz.

La vida que perfila Pastor es un retrato en blanco y negro de un hijo de campesinos extremeños que emigra a la gran ciudad. Destaca en el texto la reivindicación de la conciencia de clase que aquella generación tomó y que cree que no se repetirá. Pastor siempre destacó por su compromiso revolucionario, que no exige al resto de cantautores en la convicción de que «los tiempos son otros». No obstante, sigue creyendo que, aunque su generación consiguió la paz social, los obreros han sido engañados y la cultura retrocedido. No puedo estar más de acuerdo. Indica que las luchas de su generación se han vuelto contra ellos mismos, como sucede en las comunidades autónomas. Un ejemplo es Joan Manuel Serrat, al que consideran ‘facha’ los independentistas catalanes. Para Luis Pastor mi reconocimiento eterno. No valoramos lo que tenemos. Refrán: Con tu puedo y mi quiero, vamos juntos compañero.

martes, 5 de diciembre de 2017

La ‘conexión pueblo’

La ‘conexión pueblo’ es un fenómeno paranormal que llevo observando desde hace unos años, concretamente desde que me casé. Se trata de una circunstancia sorprendente, casi mágica, de la que es protagonista mi señora, natural de Garrovillas de Alconétar. La llamada ‘conexión pueblo’ sucede como sigue: Cada vez que saludamos a un nuevo amigo o nos presentan a un desconocido éste siempre acaba teniendo relación con el pueblo de mi mujer. Pero siempre, siempre. Palabrita de la buena.

Y ella simplemente lanza al azar un par de nombres o varios motes... para que el interlocutor o interlocutora acabe reconociendo en la mayoría de las ocasiones que conoce a alguien de ese noble enclave extremeño de mis entretelas y las suyas. E incluso que algún familiar suyo hunde allí sus orígenes o residencia habitual u ocasional. La apoteosis sucede cuando él mismo reconoce que es de allí o que sus padres o hermanos lo son. Entonces hay fiesta.

A mí, al principio me parecía una mera coincidencia, pero con el paso del tiempo se ha convertido en un misterio que ni Iker Jiménez puede explicar.

Y no sólo nos encontramos a garrovillamos en Extremadura o en el territorio nacional. Recuerdo una vez visitando Kusadasi (Turquía) la antigua biblioteca de Éfeso hablando con unos viajeros españoles también apareció la ‘conexión pueblo’. Y me han contado de un garrovillano que fue a ver las pirámides de Egipto y se encontró a un paisano en Abu Simbel. Milagro.

Garrovillanos viajeros ilustres los ha habido a porrillo. Documentados están los del segundo viaje de Colón: Alonso Bravo (escudero) y Francisco de las Garrovillas (clérigo). Quizá debido a este último las ‘Altagracias’ pueblan las Américas. Porque la patrona de Garrovillas de Alconétar lo es también de República Dominicana, amén de otros enclaves en Argentina, Nicaragua y Venezuela. En La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa la Virgen de Altagracia es citada con profusión. ¡Dios mío la conexión pueblo otra vez!