martes, 3 de enero de 2017

El vestido nuevo de la emperatriz

La expectación que levanta cada año el vestido de Cristina Pedroche en Nochevieja me recuerda mucho al cuento de Hans Christian Andersen titulado El traje nuevo del emperador. En él un listillo hace creer a toda una corte de agitaplumeros que el vestido que ha confeccionado para el monarca es una maravilla, con la salvedad de que solo las personas verdaderamente inteligentes podrán apreciarlo. En realidad la prenda no existe: el dirigente va desnudo y nadie quiere reconocerlo. Al final la inocencia de un niño descubre el engaño, dejando al emperador y a su caterva de lameculos en pelotas.

Es algo parecido a lo que sucede con la presentadora de televisión y su famoso vestido. Ahora ha comenzado su despelleje público por la decencia-indecencia del atuendo. Creo que eso es no ver el problema en su dimensión correcta. Al fin y al cabo ella es un maniquí que luce lo que los directivos de la cadena quieran. El modelo social de televisión que tenemos, ésa es la cuestión. Aunque las cadenas sean empresas privadas no pueden reducir a la mujer a un mero cuerpo.

Mucho compromiso con el maltrato a la mujer, con el teléfono 016, pero si limitas su presencia a una mera cuestión de atracción sexual estás encasillándola en un mero estereotipo.

¿Queremos esta televisión? ¿Es este el mensaje que se debe lanzar en el instante que más público contempla la pequeña pantalla? ¿Y los niños? ¿Es bueno que se expongan a este tipo de contenidos que solo refuerzan clichés machistas? Hay millones de mujeres en este país que merecen nuestro reconocimiento por su compromiso, su lucha, su valía profesional, pero no aparecen nunca; lo importante para la cadena es hacer caja publicitaria y colocarse en la cúspide de las redes sociales. Creo que el vestido de la presentadora nos enseña muchas cosas, pero no un hermoso cuerpo, sino lo cutres y casposos que todavía somos todos. Refrán: Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.