martes, 24 de enero de 2017

Paletos de ciudad


Este fin de semana, con los ecos de la Fitur aún resonando en mis oídos encontré retiro y descanso en una finca cerca de Monroy gracias a una amable invitación de unos amigos.
Allí, en el nutrido grupo de invitados había una persona formada en astrofísica, así que --siguiendo los consejos de nuestros anfitriones y las recientes indicaciones de la Dirección General de Turismo-- salimos a mirar el cielo al llegar la madrugada.
Yo recordé las ruedas de prensa de estos días pasados sobre Monfragüe como Destino Starlight. Monroy no está muy lejos, por lo que sin duda la bóveda celeste ofrecería también allí su rostro más fiel. Así fue.
Sin más contaminación lumínica que las débiles luces de un Cáceres muy lejano, el espectáculo era impactante. La Vía Láctea en la noche profunda y helada lucía con sus millones de luces interrogantes. Gracias a nuestra cicerone con conocimientos del espacio, nosotros, paletos de ciudad, pudimos situar estrellas, planetas y constelaciones sin ayuda de telescopio. Y no solo era hermoso el cielo. Otro aliciente eran los diferentes ruidos naturales que nos circundaban, procedentes de los animales de la explotación y la fauna salvaje que poblaba la finca. Si sabemos explotar esto --respetuoso con el medio ambiente-- tenemos turismo para rato, pero ojo, hay que saber hacerlo no al buen tuntún.
Al día siguiente salimos a recorrer la finca bajo el sol del invierno. Curiosamente, volvimos a confirmar nuestro cariz de paletos de ciudad. Aunque acompañados por nuestros anfitriones, nos perdimos, y estuvimos en la agreste dehesa sin cobertura móvil, andando a tontas y a locas, entre limusines, liebres y ciervos al paso. No sé cómo volvimos a encontrar el cortijo. Sí, efectivamente éramos todos unos paletos urbanitas. Tenemos que aprender mucho de los cielos y saber orientarnos por ellos. Refrán: Aunque tengas todo lo que desees en la tierra, nunca dejes de mirar al cielo.