martes, 26 de octubre de 2021

El blusero

Ha sido mi primer concierto en un recinto cerrado desde que comenzó la pandemia y eso lo convierte en especialmente memorable. El pasado viernes asistí a la presentación del nuevo disco de Charly González en el Gran Teatro. Los reencuentros tienen siempre algo de melancolía e ilusión a la vez, y si son con un músico cacereño todavía más. ¿Han pensado ustedes alguna vez qué han estado haciendo los músicos todo este tiempo? Me refiero a los profesionales, a los que por devoción y oficio han elegido arriesgarse a esa difícil actividad. Pues todos han tenido que hacer su ‘travesía del desierto’ y algunos se han quedado por el camino. ¿Saben ustedes el proceso que hay desde que surge la inspiración hasta que finalmente se plasma en un CD o una actuación en directo? La idea, la letra, la melodía, la música, los arreglos, los cantábiles, las partituras, el registro en la propiedad intelectual, la grabación, los intermediarios, los representantes, los gestores culturales, los políticos… 

No puedo hacer una crítica de lo acontecido en el Gran Teatro. Ni tengo formación, ni puedo, porque la haría desde el apasionamiento. Lo que sí puedo decir es que comenzó y terminó recordando sus inicios en Póker de Blues, añorada banda de mi juventud y eso me gustó. Su tema ‘No tenía que estar aquí’ es una delicia. Además, no solo hubo blues, estilo en el que Charly González es maestro, sino que sus incursiones en el jazz o el reggae con unos temas en los que el amor es protagonista fueron muy aplaudidas por un público entregado. Me alegra ver que un blusero puro como él le cante al amor. Es síntoma de que algo está evolucionado a mejor. Su banda está al mismo nivel de formaciones nacionales como la mismísima Vargas Blues Band. Con un empujoncito Charly González puede tocar el cielo de los elegidos. Tiene el blues en sus dedos y en el corazón. Solo le faltan buenos padrinos para dar el merecido gran salto. 

martes, 19 de octubre de 2021

Castañar en otoño

 Castañar en otoño

Cada pocos minutos, en el silencio del bosque, se escucha la inexorable caída de los erizados calibios

Hay estaciones del año que se identifican con determinados colores. Sin embargo, para mí, el otoño tiene sobre todo un aspecto acústico característico. Me he dado cuenta hace poco haciendo la ruta del castañar, entre Montánchez y Arroyomolinos. Cada pocos minutos, en el silencio del bosque, se escucha la inexorable caída de los erizados calibios, como pequeñas bombas que atraviesan las ramas. Es la señal que dispara en mi interior el cambio de ritmo y empiezo a pensar que el otoño y sus reconocibles sonidos han venido definitivamente para quedarse.

No sé bien por qué, en vez de mirar hacia abajo en busca de las castañas envueltas en su mandorla llena de púas, alzo mi ojos hacia arriba para escudriñar entre las hojas los últimos cantos de los pájaros, ahora en plena muda de sus plumas. Los aromas del campo, con estas primeras lluvias nocturnas, se disparan. El romero empieza a cosquillearte la nariz mientras, en el suelo, el musgo se abre paso con seguridad en las oquedades de las pizarras del camino. 

Tiene este castañar en otoño un poder telúrico indiscutible, que te conecta con lo primigenio. En la ruta que va desde Montánchez a Arroyomolinos se emplean unas dos horas en las que el caminante se encuentra con molinos ancestrales que en tiempos aprovecharon la fuerza de las torrenteras para hacer harinas. La naturaleza los devora, pero aún queda parte de su estructura de pie para reconocerlos.

Mientras tanto, escucho esos misiles naturales cayendo a mis espaldas, como anunciando que pronto cambiarán la hora. Piso el empedrado y pienso en los ciclos del mundo y que tengo que guardar las castañas para asarlas y emplearlas en el ritual del calbote dentro de apenas unas semanas. Será el tiempo de honrar a los que se fueron al amor del fuego. Refrán: Si en septiembre comienza a llover, otoño seguro es.

martes, 5 de octubre de 2021

Un nuevo modelo para la Feria de Zafra

La pandemia nos ha obligado a replantearnos modelos que creíamos inamovibles. En el mundo de los certámenes agroganaderos también. Es la impresión que saco de la última edición de la Feria Internacional Ganadera de Zafra (FIG). Las especiales circunstancias por las que atravesamos obligaron a suprimir la feria lúdica y la comercial.

En la nave del ganado charolés, limusín y blonde de Aquitania, la semana pasada, en conversación con profesionales del mundo de las finanzas y la ganadería regional todos estaban de acuerdo con que esta edición de la FIG abre la puerta a un nuevo modelo organizativo. Los ganaderos, en su mayoría, creen que deberían habilitarse unos días en exclusiva para ellos, para los profesionales, sin visitas del público. Sé que lo que digo no es popular y políticamente incorrecto. Lo cierto es que afirman haber trabajado como nunca y que los animales apenas han sufrido estrés. Los concursos morfológicos se han desarrollado sin aglomeraciones. La profesionalización de la feria es el camino. La foto aérea de la feria copada por un millón de visitantes está muy bien, pero solo es, al fin y al cabo, mera propaganda, una anécdota.

 Volver a la Feria de Zafra ha sido toda una experiencia. Los mayorales me saludaban jaleando entre palmas, en un ambiente de celebración. Muchos ganaderos se me abrazaron como si mi presencia fuera otro síntoma de la vuelta a la normalidad. Creo que si son el motor de la feria es justo que tengan días específicos para ellos, como sucede en el caso de Fitur, cuyas primeras jornadas están reservadas solo para profesionales del turismo. Lanzo la propuesta. Quizá no sea muy popular y siente mal en algún despacho, pero creo que hay que separar lo lúdico de lo comercial y ganadero. Todos saldremos ganando y nuestros grandes campeones no se estresarán. Refrán: En la feria has de ser mercancía o mercader.