martes, 17 de agosto de 2010

Queridos paisanos...

De camino a las playas de Huelva uno tiene la impresión de que la mayoría de los coches que circulan a tu lado en la autovía son extremeños. Las vacaciones son una especie de huída del paisaje cotidiano, pero es imposible dejar el terruño atrás. Te persigue, implacable. Cuando llegas al apartamento playero todo son matrículas BA o CC, y coches con leyendas como "I love Los Santos de Maimona". Entonces sientes que no vas a poder librarte del inexorable peso de la tierra.

Yo me sentí así el primer día de playa hasta que perdí las llaves del coche. El segundo juego estaba estropeado, de modo que estaba al borde de la desesperación. Paseaba una y otra vez por la piscina buscándola. Era una de esas con aspecto de tarjeta de crédito, negra. Con nuestros padres íbamos a la playa en autobús. Ahora se te pierde la llave del coche y es como si te arrancaran las piernas. Estaba yo ya a punto de llamar al seguro, a la Renault o al psicoanalista de guardia cuando sonó el timbre. Un amable vecino de urbanización me traía las llaves. Se llamaba Roberto y vivía en Cáceres. Un auténtico Catovi, sí señor.

Ah, estuve a punto de darle un beso en los morros, de alegría. Y entonces decidí que nunca renegaría del paisanaje extremeño, ni en vacaciones. Con las llaves del coche en el bolsillo ya era libre de deambular y de volver.

Por cierto que el Ayuntamiento de Isla Cristina, una vez acabado el negocio del ladrillo ha trufado la playa con tres zonas de aparcamiento de pago: verde, roja y azul. La verdad que por mucho que se hagan chistes, allí de tontos no tienen un pelo. Refrán: Cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte.