martes, 13 de junio de 2017

Cáceres, ciudad moribunda


Me duele tener que escribir estas palabras, pero es un tema de conversación habitual y, de alguna manera, quiero ponerlo sobre la mesa del debate. La verdad es amarga, pero hay que echarla de la boca, ya lo dijo Quevedo. Paseo por las calles de Cáceres: Todo son negocios que se cierran, se traspasan o se venden. Y no todo hay que achacarlo a la crisis inmobiliaria. La avenida de Alemania cambió sus establecimientos de compra-venta de pisos por otros de oro y empeños. Triste pero real.

Me estoy refiriendo a otras zonas de la ciudad, sin negocios, sin vida, moribunda. Cuando parece que florece un negocio apenas dura abierto unos meses. Cáceres se ha convertido en un espacio yermo, en el que para que cuaje una iniciativa hacen falta muchos factores.

¿Dónde compran los cacereños? ¿Por internet? ¿Se van todos a Badajoz en peregrinación a El Faro? Si esto fuera así sería un síntoma funesto, de que la ciudad está dando las ‘boqueás’. Recuerdo que cuando llegué a Cáceres hace ya casi tres décadas, todo parecía que se estaba descubriendo, que los negocios florecían y que los pequeños comercios tenían una salud económica a prueba de bombas.

Cuando pregunto a los empresarios sobre las causas de esta situación me refieren dos: la gran cantidad de trabas burocráticas y la desunión reinante en cualquier sector. Aquí parece que todos hacen la guerra por su cuenta y que todo el mundo se ve como competencia nada más poner el pie en la ciudad. Qué pena, porque en unos años el panorama puede ser catastrófico de continuar las cosas como hasta ahora.

En domingo la situación es peor aún: Todo está cerrado. Solo está abierto un centro comercial, pero para pasear por su interior. Lo que nos queda es pasear Cánovas arriba, Cánovas abajo, como una especie de peregrinar eterno. Y todos saludándonos, como repitiendo un mantra: Hola don Pepito, hola don José