martes, 28 de septiembre de 2021

Vuelve la música que cura

Vuelve la música en directo y con ello se da un paso de gigante en el regreso a la normalidad, tan deseada. Regresan la música y los músicos. ¿Alguien se ha preguntado qué han hecho, de qué han vivido los profesionales de este sector en todo este tiempo de travesía del desierto? A todos nos emociona escuchar y ver a los artistas sobre el escenario, pero cuando se apagan las luces y el sonido queda lo más duro, los ensayos y las largas temporadas sin actuar. Sé que ahora mismo las productoras de espectáculos están yendo a pérdidas o a apenas ganar dinero. Solo quieren que el público venza sus miedos y vuelva a llenar salas de conciertos y teatros.

A veces cuando no es un virus es la propia naturaleza contra lo que tienen que luchar los músicos. Estas lluvias de septiembre están tirando por tierra muchas propuestas musicales u obligando a prorrogarlas como fue el caso de Robe y su potente y solvente banda en Mérida. La espera al domingo mereció la pena.

La música tiene un poder sanador y salvífico, que solo conocen los que la disfrutan a diario. Este verano lo leía en el libro del añorado Pau Donés ‘50 palos: y sigo soñando’. Cuenta que estaba en Extremadura, concretamente en Don Benito, rodeado de encinas, mientras leía la carta de una fan. Ella había estado un año en coma por un accidente y su hermana le ponía a diario la canción Depende (1998). Tras recuperarse le escribía al cantante para agradecerle que la hubiera sanado. Y Pau, emocionado, dice: «Esa noche de verano, en Don Benito, canté Depende como nunca antes lo había hecho. Como si ella estuviera allí, viendo el escenario y coreando los estribillos». El artista comprendió en nuestra tierra el tremendo poder que tenían sus armonías y letras. Vuelve la música en directo, regresa su poder para hacernos mejores. De nosotros ‘depende’ utilizarlo. Refrán: Canta la rana, y no tiene pelo ni lana.

martes, 21 de septiembre de 2021

Corazones anestesiados

A veces me parece que nos han anestesiado el corazón. O somos nosotros mismos quienes en un ejercicio de autoconvencimiento adormecemos nuestros sentimientos más humanos y primitivos. Fabulamos con una realidad adaptada para evitar problemas, conflictos internos, como si nada fuera con nosotros.

Esta indolencia se ha extendido por toda la sociedad y confieso que no soy una excepción. Es lo que está sucediendo a estas alturas de la pandemia. El verano ha relajado las costumbres. Se ha bajado la guardia en los encuentros sociales. En ocasiones nos comportamos como si el virus hubiera desaparecido. Sé que hay hambre de reunión, de compartir y recuperar lo perdido. Lo entiendo, pero es peligroso.

Pero no nos engañemos: cada día mueren en nuestro país cerca de un centenar de personas a causa del covid. Esa cifra no es moco de pavo. Y en estas estadísticas no se incluyen los daños colaterales de la merma en la atención a los pacientes de otras patologías y que desgraciadamente también fallecen. Cien familias sumidas en el dolor cada jornada. También nuestra mente nos miente cuando, al ver las estadísticas, nos fijamos exclusivamente en la edad de los fallecidos. Nos refugiamos en que «eran personas mayores o con enfermedades crónicas, o no estaban vacunados». Y suspiramos con alivio. ¿Es que las vidas de nuestros abuelos o de los enfermos valen menos que las de los jóvenes?

Las cifras están ahí, pero son eso para nosotros, solo números sin más valor que una estadística. Nos hemos vuelto como de corcho ante tanta muerte y nos hemos convencido de que no pasa nada. Pues sí que pasa. Y ese dolor pasará factura a la sociedad tarde o temprano. Habrá una generación ‘tocada’ en el alma cuando sus corazones despierten definitivamente. Refrán: La mentira es una escalera, por donde llega a rico quien pobre era.

martes, 7 de septiembre de 2021

Somos agua 'my friend'

En vísperas del Día de Extremadura, nuestra jornada de afirmación regional, me gustaría poner la lupa sobre la belleza y posibilidades de esta tierra. El pasado sábado decidí conocer algunas de las piscinas naturales del norte de la provincia de Cáceres. Soy urbanita y, hasta ahora, prefería el aséptico y controlado espacio de las piscinas públicas, con sus avispas en manada y penetrante olor a cloro. He de confesar que mi criterio ha cambiado drásticamente este fin de semana. En Descargamaría la piscina natural se ha amoldado al terreno con una suerte de azulejos que recuerdan las construcciones de Gaudí. Hay sombra y una cascada que ríete tú de los spas más exclusivos… Los peces nadan a tu alrededor, lo que dice mucho de la calidad del agua. Es verdad que hay mucho musgo en las piedras y tienes que llevar un calzado especial … pero qué buena temperatura tenía. Después, en este peregrinaje serragatino, subimos a Robledillo de Gata, con menos de cien habitantes, pero de una armonía arquitectónica que satura los sentidos y llena de rincones con bares. Una pareja había elegido el municipio para casarse y se hacían las fotos de rigor con las cascadas del río Árrago al fondo. Aquello parecía un remanso de felicidad con el gorgoteo como banda sonora. Su piscina natural también era fantástica y con pocos usuarios y con un fantástico merendero. Somos agua, como decía el famoso Bruce Lee, aunque sea una minoría la que identifique nuestra región con la abundancia de este recurso. Terminamos la jornada en Torre de Don Miguel, cuya piscina natural nada tiene que envidiar a ninguna. Chiringuito perfecto, normas de seguridad sanitaria cumplidas a rajatabla, y una ruta de los molinos perfecta para estirar las piernas y agitar el corazón. A veces creo que estamos mejor así, sin que nadie nos descubra, porque el día que lo hagan se nos acabará este chollo.