martes, 23 de febrero de 2016

Edgar Mitchell, el astronauta místico

Siempre he sentido una gran fascinación por la carrera espacial de finales de los años sesenta. No sé qué sucedió para que una vez pisada la Luna los proyectos de viajes siderales quedaran en el olvido. Me gustaría haber sido testigo de esos momentos y sentir la misma emoción que Jesús Hermida transmitía como cronista. Pero yo nací solo unos días después de aquel 21 de julio de 1969 y en casa mi nacimiento fue (espero) una noticia más importante que el paseo del comandante Neil A. Armstrong . Traigo este tema a colación por el reciente fallecimiento de Edgar Mitchell a los 85 años, otro de los astronautas que se dio un garbeo por nuestro satélite, concretamente el sexto, en la misión Apolo XIV de 1971. Ha dejado este mundo cuando faltaban pocos días para celebrar el 45 aniversario de su alunizaje. Era el último superviviente de la misión. Podría ser uno más de los privilegiados que han estado en la Luna, pero de él me interesa otra dimensión, pues experimentó un profundo cambio, casi místico, cuando contempló la Tierra desde el satélite. Mitchel tenía alma de poeta. Así narraba su visión del globo terráqueo: "Joya centelleante azul y blanca, una luz, una delicada esfera azul con velos blancos en espiral, que se elevaba gradualmente como una pequeña perla en un mar negro de misterio". Amén de ser el piloto del módulo lunar Antares, Mitchel era científico y en sus misiones se recolectaron más de 40 kilos de piedras lunares. Cuando volvió de la Luna ya nunca fue el mismo. Se interesó por la telepatía y, de hecho, realizó experimentos al respecto a bordo, asuntos que han trascendido poco y que quizá lo apartaron del relumbrón que disfrutaron otros astronautas. Fundó un Instituto de Ciencias Noéticas. Por supuesto, era un firme creyente en la vida extraterrestre. Ahora China ha construido el mayor telescopio del mundo, el FAST, para buscarlos y ha desalojado a 9.000 personas de una zona montañosa del sudoeste del país para que no haya interferencias. A Mitchel no le hizo falta tanta tecnología para convencerse de que no estamos solos. Refrán: Por ir mirando la Luna, me caí en la laguna.