martes, 13 de diciembre de 2016

¿En quién podemos confiar ahora?

Todo parecía un cuento de Navidad. Una historia que tenía pinta de acabar bien gracias a la generosidad de todos. Sin embargo, las tornas han cambiado drásticamente. Me refiero al caso de Nadia, la pequeña aquejada de un extraño mal que nos arrebató el corazón y que su padre llevó de plató en plató de televisión con afán recaudatorio.

Al final, parece que el sistema medio funciona y el gol que nos habían colado por toda la escuadra a cientos de periodistas de todo el país no significó que la mentira había ganado el partido. El periodismo salvó al periodismo, afortunadamente.

Ángela Bernardo, de Hipertextual, y después Manuel Ansede y Elena Sevillano, de El País, fueron los primeros profesionales de la información que decidieron ir más allá del relato de los hechos. Ahora es fácil decir que el discurso del padre de Nadia, Fernando Blanco, era inconsistente e increíble. Muchos, por no decir todos, creyeron una bonita historia que la realidad se encargó de estropear.

¿Ahora en quién confiamos? Son muchos los relatos que nos conmueven y son muchas las personas que lo están pasando realmente mal, viviendo auténticos dramas cotidianos. Y muchas veces nosotros, nuestra mala conciencia, o nuestra generosidad nos lleva a dar dinero para paliar esas situaciones de dificultad. Pero tras el caso Nadia nos lo vamos a pensar los ciudadanos mucho más. Es una pena, porque al parecer en cuatro días, el padre de Nadia había recaudado lo mismo que en años se dedica al estudio de Enfermedades Raras.

Ahora vienen las medias verdades, las mentiras a medio cuajar, que si se ha exagerado, que si todo era verdad salvo un par de detalles, las detenciones… El resultado es que los ciudadanos hemos perdido la inocencia, la prensa ha perdido credibilidad y una niña se ha puesto en el foco mediático hipotecando su infancia para siempre. Refrán: La verdad, permanece, la mentira, perece.