miércoles, 20 de noviembre de 2013

Retrato de señora rajando aceitunas

Era martes por la mañana temprano. El sol inunda la avenida de Dulcinea de Cáceres y delante de la parada del autobús una señora mayor con su cubo de aceitunas negras se dedica a rajarlas y aderezarlas con primor. La escena es normal en cualquiera de nuestros pueblos, pero estamos en plena capital, con su auditorio y edificio Embarcadero, con su Centro de Cirugía de Mínima Invasión, y con una modernidad que convive muy de cerca con la tradición. Incluso en Nuevo Cáceres veo vecinos recogiendo las aceitunas de los olivos que adornan sus calles. No sé si la crisis o la costumbre están detrás de esto. Las vecinas se paran ante la mujer y le preguntan por su salud. El médico le ha quitado la sal y la ha puesto a dieta. ¡Qué contrariedad! Claro, el colesterol, que no perdona, hija mía. Nos vamos haciendo ya mayores... Con su pelo corto, su aspecto menudo y vestimenta negra, la mujer se sienta en una silla de enea y cumplimenta una liturgia en el corazón de la urbe, en una avenida de casas bajas donde todavía los vecinos salen a la calle con las sillas a ver pasar la vida frente a un autobús que después se perderá en el tráfico del centro, cargado de prisas, afanes y también dramas personales diarios. Ella quizá sea la última superviviente urbana de un ritual que aún pervive en nuestros pueblos. Es tiempo de aceitunas, de rajarlas y aliñarlas para que en unos meses estén listas. Cualquier día esta señora se subirá a un transporte con billete de solo ida. Mientras tanto nos alegra la mañana de los que esperamos pacientes el bus de la línea 2. Refrán: Agua y luna, tiempo de aceitunas.