martes, 27 de febrero de 2024

Atardecer en Valdecañas

Todo está tan adaptado a la naturaleza que es la propia naturaleza la que acaba invadiendo la obra del hombre

Con el sol despidiéndose por el horizonte, la playa artificial de Valdecañas se llena de una luz anaranjada, tenue, que besa la superficie del agua. En la arena, los jabalíes han dejado sus huellas por toda esa orilla que en verano se llena de risas de niños y conversaciones intrascendentes. Se escucha el canto de varias especies de pájaros a la vez y es imposible distinguir de cuál. ¿Serán palomas torcazas o mirlos?

 Al fondo, los chalés que se quedaron a medio construir, unos más acabados que otros, pero todos afectados por la desolación de estar a medio camino. Recorro el perímetro de la playa artificial mientras en la lejanía la luz se filtra por unas nubes que hace un rato descargaron su agua salvífica a los campos cacereños. El embalse, separado por un malecón de la playa artificial, tiene el agua encrespada, que muestra un color de gema antigua, de joya olvidada en el tocador de la abuela. Es un espacio lleno de belleza, de esa que es difícil de atrapar con las palabras. El viento dobla los juncos de la ribera en un intento de tumbar la tarde definitivamente.

La banda sonora de Valdecañas es un continuo trino de pájaros, solo roto por el casi imperceptible sonido de los carros de golf que atraviesan la geografía de la isla artificial en busca de hoyos, en un paisaje dominado por el color verde.

En el restaurante del hotel Vincci, Ribereño, se ha colado un pájaro y, aunque hace viento, abren las puertas y lo persiguen con una sonrisa y leves aspavientos para que se vaya. Es una coguta a la que ya le han puesto nombre: Rascapichu. Todos los días se cuela para saludar a los clientes, e imagino que picotear alguna miga de pan caída en el suelo. Los pájaros no saben de sentencias judiciales. Al final, en Valdecañas, todo está tan adaptado a la naturaleza que es la propia naturaleza la que acaba invadiendo la obra del hombre. No voy a entrar en disquisiciones sobre el equilibrio entre desarrollo y ecosistema. Solo sé que dar marcha atrás a todo ese complejo sería una locura de esfuerzo y un coste monumental sin sentido. Entiendo que, quienes puedan, paguen un dineral por tener allí su lugar para la desconexión de la urbe y la conexión con Gaia. Me gustaría que este impás en el que está Valdecañas se resolviera bien y en total armonía con la naturaleza.