jueves, 8 de octubre de 2009

Generaciones sin la más mínima educación

En Sevilla, junto a los juzgados donde desfilan los presuntos asesinos de Marta del Castillo y al lado de la boca de metro, un parque es escenario cada fin de semana del ritual del botellón. Además, en este recinto hay dos pub preciosos especialmente indicados para cuarentones en busca de alcoholes destilados. Para entrar al parque --que se encuentra cerrado-- hay que atravesar una puerta con un guardia de seguridad.
--No le aconsejo que entre por aquí, señor, hay mucho desfasado. Vaya por la otra puerta.
Y era cierto lo que decía. Mientras metían en una ambulancia a una muchacha desvanecida, quizá por la bebida desmesurada, contemplé a los miembros de una raza urbana --los Canis-- en plena efervescencia. Van con camisetas ajustadas, pelo rapado y de punta, muchas joyas de oro en manos y cuello. Utilizan un lenguaje violento y salvaje. No hablan. Parece que fueran gallos de pelea. Cuando intercambian ideas es normal que golpeen en el pecho a su interlocutor para imponerle su mensaje. Lo que yo vi se parecía más a la pandilla urbana de La naranja mecánica que a unos adolescentes en un parque. La educación se ha señalado como problema de Estado demasiado tarde. Tras distintos planes que han sido un fracaso, es obvio que el fallo no reside en los profesores, sino en las familias que han delegado en ellos las funciones educativas por completo. En este país hay varias generaciones que no han recibido las más mínimas pautas de conducta por parte de sus progenitores. Lo estamos pagando ahora con demasiadas muertes. Refrán: El padre desvergonzado hace al hijo mal hablado .