martes, 17 de junio de 2008

Atrapados por las nuevas adicciones

Me ha sobrecogido la noticia de dos niños adictos al teléfono móvil y a la mensajería instantánea por internet. A la vez no me pilla por sorpresa saber que la necesidad de comunicación llevó a estos tiernos infantes a destinar el dinero de las propinas paternas a recargar sus teléfonos. Han tenido que ser ingresados y tardarán dos años en curarse. Vivimos en la sociedad de la soledad y esos mensajes inmediatos son un lenitivo contra el dolor de encontrarse desvalidos en medio de tanta gente. Cuando las cartas ya son un vestigio digno de arqueólogos, el email se ha transformado en la única muestra de cariño del ser humano moderno. ¡Qué tiempos aquellos de las cartas perfumadas, las lágrimas en el papel y el carmín de los besos sobre las letras!

No obstante, he de reconocer que yo mismo, cuando llego a casa, en el silencio de mi cubículo necesito hablar por internet con algún amigo, simplemente por la satisfacción de que alguien me dé las buenas noches.

Cuando comencé a chatear, hace casi una década, entré en un chat de peces tropicales y allí entablé amistad con una mujer latinoamericana. Cuando puso la webcam y la escuché por el micrófono casi hago al instante una reserva de avión a Venezuela. Vivía en la Mérida de allí. Hemos hablado durante años. Me presentó a su familia. Me enviaba fotos siempre en la playa o la piscina. A los cuatro años de chat me ofreció 3.000 dólares por casarme con ella. Desde entonces solo he querido hablar con aquella mujer de peces tropicales, pero no le interesa. Refrán: En el chat, como en la vida, casi todo es mentira.