lunes, 20 de abril de 2015

Vuelven los trompos a las calles de Cáceres

Las peonzas han vuelto a las calles de Cáceres. Eso sí, mejoradas sus cualidades y características. Los trompos --como así los llamábamos en el colegio-- habían casi desaparecido del paisaje actual de la infancia, como los yoyós, el diávolo, los aros, las estampas de los futbolistas, las chapas, los bolindres o los cromos. Desgraciadamente, siempre hay un trasfondo comercial en todo esto, pero prefiero estos juegos tradicionales a las consabidas consolas de videojuegos en las que la participación del niño es nula y se limita a ser un mero espectador de la máquina. Además, aunque los trompos se han disparado de precio --algunos valen 20 euros-- proporcionan mucha más diversión que el célebre 'Call of Duty'. Recuerdo que en mi infancia los trompos eran de madera y que las cuerdas para enroscarlos acababan en una moneda de veinticinco reales, esa que tenía un agujero. Decorábamos estas peonzas de madera con rotuladores para que, al girar, la mezcla de colores fuera más original. También recuerdo que al barrio llegaba un señor haciendo una demostración de trompos y yoyós, con una furgoneta al lado para venderlos después. Aunque pueda parecer una involución, el regreso de los trompos me resulta simpático, porque es una vuelta a la inocencia, en un mundo en el que la infancia --territorio bendito-- dura cada vez menos a golpe de televisión, tablets y tecnología en la que los padres delegan la educación de los hijos. La verdad es que lo daría todo por quitarme la vergüenza y echarme una partida de trompos ahora mismo en la calle. Refrán: Al niño llorón, boca abajo y bofetón.