martes, 16 de marzo de 2010

La chacha

La señora se levantó tarde una vez más. Eran las once de la mañana, pero ella ya sabía cómo burlar los controles de asistencia en el trabajo. Hacía ya muchos años que había aprobado las oposiciones y era perra vieja. Mientras desayunaba dio al servicio las instrucciones sobre cómo quería las cosas de la casa. Funcionaria, teñida y ´de izquierdas´, no toleraba una arruga en la ropa, una camisa mal almidonada o una sopa demasiado salada o sosa.
--María, mañana quiero que limpies la chimenea, que con tanto trajín se llena de polvo...
--De eso quería hablarle, señora, de mañana. Es que voy al médico. Ya sabe, de cosas de mujeres, cita con el ginecólogo... No vendré hasta media mañana, aunque ya conoce cómo las gastan en el hospital...
--Vaya, buena gana. Quedamos en que siempre vendrías a casa, que no me faltarías nunca. Y es que llevas una temporada, hija mía, que si tengo que sellar el paro, que si voy al cursillo de formación, que si mi madre se pone mala, que si quiero Seguridad Social. ¡Y ahora esto! No me sirves para nada.
Y aquello era un gran fastidio para la señora. Hizo un gesto de hastío. Se perfumó. Cogió su bolso Louis Vuitton y se fue al trabajo, ya casi al mediodía, muy contrariada.
La chacha siguió haciendo las cosas de la casa. Cuidó de la anciana madre de la señora. Le dio la comida toda pasada en puré. Escuchó sus disparates. La trató con amor y respeto. Hizo las faenas con mimo. Le dio de comer al perro una golosina que había comprado con su exigua paga. Cerró la puerta. Recogió la basura de aquella nueva rica y pensó si su señora no tendría el alma tan podrida como la inmundicia que estaba arrojando al contenedor. Refrán: Hay gente tan pobre que sólo tiene dinero (Ché).