martes, 16 de febrero de 2016

Enamorados, esa 'rara avis'

No he entendido nunca la manía que tienen algunos de complicarse una vida que ya viene compleja de fábrica. Leo con estupor un teletipo fechado en Denia (Alicante) en el que un hombre de 40 años requiere la ayuda de los bomberos tras colocarse cuatro anillos de acero en el pene. Al parecer no podía sacárselos. Para lograrlo hizo falta una sierra de alta precisión tipo Dremel y refrigerar la zona con suero fisiológico por el calor que generaba el rozamiento. Hubo que hacer ocho cortes de alta precisión, dos por anillo. Se realizó en el quirófano del hospital local en presencia de bomberos, un equipo médico y personal de enfermería. Desde luego si el de los anillos quería discreción no lo consiguió. Los bomberos relatan que para ellos es habitual intervenir en este tipo de circunstancias y que no es la primera vez que tienen que aplicarle la radial a un hombre en el pene. Vaya tela a lo que nos lleva la soledad. No sé qué tipo de recompensa emocional tiene lo de los anillos en el pito. Pero, visto lo visto, no merece la pena. Recuerdo que la hija de unos amigos me consultó una vez si me parecía bien que se anillara el clítoris. Le pregunté qué ventajas tenía eso, pues creo que es una intervención dolorosa. Ella me respondió que con el anillo ahí le prometían multiplicar su placer sexual por ocho. ¡Por ocho! Yo le dije que no se lo pensara ni un segundo y que me fuera pidiendo a mí ya otra cita con el 'anillador'. Ironías aparte, creo que hemos abandonado por completo el gran motor de la sociedad: el amor. Hace poco nos llegó un comunicado de prensa con el siguiente titular: '6 de cada 10 personas han mantenido una relación de pareja con alguien de quien no estaban enamorados'. Respeto el sexo sin amor, pero me siento más a gusto siendo miembro de esa especie en vías de extinción que son los enamorados. Sí, el amor es una 'rara avis', aunque eso del día de san Valentín que se celebró el domingo sea puro marketing. Siempre me gustó ir contracorriente. Eso sí, sin ponerme nada en el cuerpo de lo que me pueda arrepentir después, aunque sean unos anillos. Refrán: Adonde el corazón se inclina, el pie camina.