martes, 5 de junio de 2007

UNA POSADA ENTRE BRUMAS INGLESAS


Cuando lord Jim llegó a la posada la niebla se había extendido por el valle y no se distinguía nada a menos de un palmo. Aunque era temprano, ya había oscurecido en el duro invierno inglés. Estaba citado con lord Sinclair , que ya le esperaba tomando una espumosa pinta de cerveza. Con una señal, le hizo entender al posadero que cenarían en el reservado de siempre y que no querían que nadie les molestara.
--Ya sabes por qué estamos aquí-- dijo Jim mirándole a los ojos y esbozando una sonrisa.
Sinclair se fue a matar al cabrito como habían hecho otras veces y dibujaron en el mugriento suelo del hostal un pentáculo con su sangre. Dentro de él harían la invocación habitual. El ritual se acompañaba con la ingesta de unos brebajes que el propio Jim preparaba con ayuda de las brujas de la comarca. El líquido tenía un efecto euforizante. Y ellos habían llenado sus pipas con opio para toda la noche. Invocaron a la luna, a los espíritus, a los dioses paganos, al Diablo, a Fausto, a Mefistófeles, a Belcebú, al Grandísimo Cabrón de los Bosques... Cuando se despertaron, al mediodía del día siguiente, estaban en la cama juntos y sudorosos. Habían pedido al Maligno prosperidad en sus negocios, alcanzar una posición social elevada y poder en la vida política. Décadas después volvieron a verse las caras en la misma posada. Nunca lograron la influencia deseada. Por contra, se habían quedado atrapados como espectros para siempre entre los muros del hostal y se distraían asustando a los viajeros. Refrán: Quien juega con el diablo acaba matando moscas con el rabo.