martes, 16 de octubre de 2007

EL ARTE DEL BIEN MORIR DE UNA MALPARTIDEÑA

Cuando llega la hora de entregar el equipo que nos dieron al llegar a este mundo es cuando realmente sabemos si nuestro paso por la vida terrenal ha sido provechoso. Morir también es un arte. A veces, cuando llega ese momento crucial hay quienes te van poniendo luces hacia la puerta de salida. Si has hecho bien los deberes tendrás a tu lado a mucha gente encendiendo lámparas en una suave marcha hacia la luz eterna. Si no los hiciste estarás sumido en el dolor del tránsito, en esa metamorfosis misteriosa de la muerte, y sin ninguna palabra de aliento.

Existe una costumbre en muchas culturas de ayudar al enfermo, especialmente si se trata de un doliente al final de su viaje. Recuerdo que una vecina visitaba a mi madre en Sevilla durante los últimos estadios de su evolución. Durante toda la vida aquella vecina fue parte del paisaje de mis padres en un barrio popular a las afueras de la ciudad de Sevilla. Ella siempre fue testigo de los pequeños y grandes acontecimientos del bloque de 12 plantas y 48 familias.

Era de ideas progresistas, aunque gustaba de la misa periódica y de vestir impecablemente. Siempre tuvo para mi madre un recuerdo cuando murió.

Aquella mujer era de Malpartida de Cáceres. Fue enterrada en su pueblo natal hace poco. Yo andaba como siempre en alguna feria, sin poder acercarme a dar el adiós a aquella persona que ayudó a mi madre a morir bien. La vida es así. Tan lejos y tan cerca. Ahora están las dos vecinas juntas. Refrán: Ten siempre a tu lado a quien te sujete el cayado