martes, 28 de marzo de 2017

El adiós extremeño de Gómez Borrero

Convento de las Jerónimas en Garrovillas de Alconétar. Hace apenas tres meses. Todo es silencio ante la Virgen de la Salud, hierática en su hornacina. Al piano está Luis López. Luz tenue de velas y focos. La voz del barítono Luis Santana retumba en los muros de esta casa señorial del XVI reconvertida a espacio de culto donde se elaboran algunos de los dulces más exquisitos de la comarca de Tajo-Salor. Pero más delicada que el azúcar suena la voz de una mujer menuda y mayor, con una camisola fucsia, cuyas palabras llegan directamente al corazón y no solo porque sean textos de Santa Teresa, sino porque quien las pronuncia lo hace como quien lanza suaves dardos: Paloma Gómez Borrero. Fue su último acto en Extremadura. No eligió una gran catedral, un abarrotado recinto turístico o un teatro, sino un humilde convento de pueblo para ofrecer un recital de poemas y música religiosa en época de Adviento. Aquel Adeste Fideles de entonces aún palpita en el alma de los asistentes.

El inesperado fallecimiento de la periodista ha conmocionado a la opinión pública. Yo prefiero poner la lupa en este encuentro casi silencioso y sin apenas eco en los medios extremeños. Ella explicó como nadie los misterios de lo espiritual, sin perder un ápice de credibilidad por ello. En una época de una sola televisión y todavía bajo el peso de dictadura, fue una de las primeras mujeres corresponsales en el extranjero. Eran tiempos en los que la personalidad de los informadores marcaba impronta y seducía a millones de personas. Ella fue profesional, rigurosa con los datos y a la vez consecuente con sus principios cristianos. La curia romana le tenía en gran consideración y eso no es moco de pavo. Atendía y ayudaba a sus compañeros de una profesión donde los navajazos triperos son desgraciadamente habituales. Rara Avis. Seguro que ahora ya conoce todos los misterios mundanos y divinos. Refrán: Cura de aldea, mucho canta y poco medra.

viernes, 24 de marzo de 2017

Reflexiones para el Día Mundial del Agua

Mañana es el Día Mundial del Agua. Para nosotros, los urbanitas del primer mundo, abrir el grifo y que salga el líquido elemento, limpio, depurado, sin problemas sanitarios es un gesto cotidiano al que no prestamos mucha atención. Sin embargo, en muchas partes de este planeta Tierra lleno de desigualdades hacerlo es jugar a la ruleta rusa, o en ocasiones ni siquiera se puede abrir y grifo y hay que ir a un pozo con un cántaro sobre la cabeza durante kilómetros. Por cierto que suele ser una tarea reservada a las mujeres porque el reparto de roles es machista aquí y en el África profunda.

Mientras en nuestro confortable y vertiginoso primer mundo derrochamos el agua cuando nos lavamos los dientes o nos bañamos en ver de ducharnos, hay 1.800 millones de personas que usan una fuente de agua contaminada por aguas fecales, poniéndolos en riesgo de contraer el cólera, la disentería, el tifus o la polio, según datos de la ONU.

El agua no potable y la falta de higiene es la responsable de cerca de 900.000 muertes al año en este mundo que podía ser un espacio agradable para todos y que, paradójicamente, es un ejemplo de reparto irresponsable e interesado de los recursos naturales. Sin embargo, el agua que desperdiciamos puede reutilizarse y volver al ciclo natural, a beberse, sólo hace falta interés y tecnología, sí, esa que empleamos en muchas cosas que no son ni importantes ni vitales.

La ONU pone este año el foco sobre las aguas residuales, aguas que desaprovechamos y que podrían reutilizarse para calmar la sed de miles de personas. Su deficiente gestión provoca miles de fallecimientos.

martes, 14 de marzo de 2017

El misterio de los calcetines


Desde que vivo en pareja me sucede un misterio que, a pesar del paso de los años, sigo sin resolver: Me desaparecen mis calcetines. Podría parecer un asunto sin importancia, pero no, nada más lejos de la realidad. Cada vez que voy a tender la ropa el número merma, me encuentro calcetines sin su pareja, e incluso algunos cuyo color y forma recuerdo perfectamente y que, sin embargo, no están ahí, donde deberían. Por contra los calcetines de mi pareja están todos, ordenados, uniformados, no falta ni uno. ¿Por qué?

Podríamos pensar que se trata de un caso aislado, de una anécdota achacable a mi proverbial despiste. Eso creía yo. Los domingos por la tarde me siento en el salón de la casa con la montaña de calcetines, tratando de encontrarles su pareja. Miro en el cubo de la ropa, por si se hubieran quedado allí. Indago en el de la basura por si los hubiera tirado junto con los desperdicios de la cena. No. Con el tiempo el número de pares completos se diluye mientras crece el de los solitarios. Creía que este misterio sólo de sucedía a mí. Este fin de semana comentándolo con otras parejas me he dado cuenta de que la incógnita se agigantaba. Todas las mujeres de mis amigos se quejaban de que desaparecían los calcetines de sus chicos, también sin motivo alguno. Ellos se aprestaban a explicar que tampoco entendían el motivo de ese sindios. Ello me lleva a reflexionar sobre la brecha entre hombres y mujeres, todavía enorme en todos los sentidos...

Nuestra falta de celo nos lleva a los hombres a despreocuparnos por las cosas de la casa, que encasquetamos a ellas, diligentes y eficaces. Nosotros estamos desorientados ante la colada y las tareas domésticas, perdidos ante una montaña de ropa por clasificar. Mientras, seguiré buscando parejas de esta prenda, los domingos, como un ritual que sólo es un homenaje a mi morrocotudo desastre vital masculino. Refrán: Los calcetines solo generan tomates.