martes, 22 de febrero de 2022

El francotirador del lenguaje

 El francotirador del lenguaje

No puedo ser objetivo cuando hablo de Eugenio Fuentes, por eso estas líneas no suponen un análisis, ni una crítica de su último trabajo, sino unos apuntes rápidos de un lector sobre Perros mirando al cielo (Tusquets). Y mi falta de perspectiva con él se debe a que sé de su bonhomía, de su tenacidad cuando se pone ante el folio en blanco, de lo buen conversador que es y de cómo me ha convertido con el paso de los libros en fan de Ricardo Cupido, su celebérrimo detective.

No es Fuentes un escritor ‘noir’ al uso. No recurre a la casquería, ni a los detalles macabros para despertar el hambre de continuar leyendo. Es un experto dosificador de la información y un verdadero selector de las palabras adecuadas. Si el lenguaje es un arma para atrapar la realidad, Eugenio Fuentes lo maneja con la precisión de un francotirador.

Cuando abro una novela del escritor de Montehermoso lo hago con un folio en blanco donde apunto adjetivos y sustantivos de los desconozco su significado. Leer uno de sus libros es como hacer un Enriquezca su vocabulario de los que publicaba el Selecciones del Reader’s Digest y con los que en mi infancia me divertía.

Pero creo que su mayor virtud es la actualidad de sus trabajos y los temas que aborda. No voy a destripar el desenlace. Ricardo Cupido se enfrenta al asesinato de un médico en el momento de máxima efervescencia de la pandemia de la que aún no hemos salido. Por alguna razón está conectado con la muerte de una mujer cuya pareja trabaja en los molinos de Mistralia y que el detective no pudo esclarecer. Lo demás son hojas de buena literatura en la que, si no se es muy torpe, se pueden reconocer paisajes muy cercanos y pasar momentos excelentes. No este un artículo objetivo, pero tenemos en Extremadura a un escritor con mayúsculas que ya quisieran en otras latitudes. Como especie en extinción deberíamos protegerle y declarar sus textos Fiesta de Interés Literario.  

martes, 15 de febrero de 2022

Reivindicación de Enrique 'El Cojo'

El cacereño Enrique 'El Cojo' no es una mera anécdota en el mundo del baile, ni una rara avis, sino por derecho un gigante que se adelantó a su tiempo

El fallecimiento la semana pasada de Pascual González, alma mater de los Cantores de Híspalis y claro ejemplo de talento innato, me ha traído a la memoria otro gran personaje cacereño, lleno de duende y más conocido en Sevilla que en la propia ciudad donde nació. Me refiero a Enrique Jiménez Mendoza, de nombre artístico Enrique ‘El Cojo’, nacido en Cáceres el 31 de marzo de 1912 y fallecido en Sevilla en 1985. Este 2022 se cumplen, por tanto, 110 años de su nacimiento en la calle Moret, donde su padre trabajaba en un bar y donde ahora una placa recuerda este feliz acontecimiento. Pero poco más hay de este genio en la vida cultural cacereña. Con tan solo tres años, la familia de Enrique se fue a vivir a Sevilla. De adulto dirigió una famosísima academia de baile donde se formaron grandes estrellas como Lola Flores o Cristina Hoyos. Hasta la duquesa Cayetana de Alba tomó clases con él. Sus padres, Enrique Jiménez Ávalos y Julia Mendoza Espino, no veían con buenos ojos su tendencia bailaora. Por eso su vida es ejemplo de superación, ya que, a pesar de una notable discapacidad por culpa de un tumor, se convirtió en todo un maestro. De hecho, una alumna suya japonesa, Aichi Kasouwa, logró en los ochenta ganar un concurso de baile gracias a las enseñanzas de este cacereño que se apoyaba en su "pierna mala” para bailar. De él dicen que no era agraciado físicamente, pues era sordo, calvo, feo, gordo y bajito, pero la varita mágica del talento innato le había tocado y bien que la aprovechó. Por eso coincido con su biógrafo José Luis Ortiz Nuevo, en que el cacereño Enrique 'El Cojo' no es una mera anécdota en el mundo del baile, ni una rara avis, sino por derecho un gigante que se adelantó a su tiempo. Me apena que en no exista un espacio museístico, un premio artístico o tan siquiera algunos efectos personales del maestro en el Museo Pedrilla, por ejemplo. Fíjense si era cacereño que en su esquela reza como “nacido en Cáceres y amante de Sevilla”. Es lo que tienen los genios y los que se supersuperan: la sociedad nunca les llega a aceptar del todo.

martes, 8 de febrero de 2022

Democracia ultracocinada

 

El bochorno que todos los años nos suele acompañar a la participación de España en el famoso festival de la canción de Eurovisión ha comenzado antes de la cita en Turín. No es baladí la cuestión. Lo que se pone en tela de juicio es el ‘miajón’ de la democracia y la participación de la ciudadanía en una televisión que, por cierto, pagamos entre todos. No soy experto, sí un entusiasta de la música como motor de cambio de las cosas, y el Benidorm Fest destila un tufillo a tongo macerado a fuego lento que tira de espaldas.


No sé quiénes han sido las cabezas pensantes que han calculado que las tragaderas de los españoles son infinitas. Han cometido errores básicos de comunicación. Es normal que una organización o un gobierno tengan un candidato preferido. Lo habitual es dejar claro que se está con él y si se quiere revestir su elección con la pátina del apoyo popular, perfecto. Pero si los planes no salen como esperas hay que aceptar el resultado. Las redes sociales han cambiado para bien o para mal la presión que legítimamente ejerce la opinión pública. Ya no vale convocar una votación y si no me gusta lo que sale posicionarme en contra. Sobre el Benidorm Fest planean sombras de muchas dudas y eso nunca debe suceder cuando se trata de un ente público. Es lícito querer darle una vuelta de tuerca a la participación de España en Eurovisión, pero no todo vale. Hay que explicar muy bien el peso del jurado ‘profesional’ y por qué sus miembros están ahí. No debe haber ninguna conexión ni tangencial con ninguno de los participantes. Lo cierto es que Chanel (que contaba detrás con una potente productora y asesores) era la favorita del ente público. Lo mejor hubiera sido elegirla directamente y no revestirla de una democracia ultracocinada como las encuestas de Tezanos. RTVE se ha autogenerado un problema. Dicen que una mancha de mora con otra se quita. Creo que ni aunque Chanel gane Eurovisión se van a poder despojar del olor a podredumbre generado. Seguiremos lamentándonos un año más.

miércoles, 2 de febrero de 2022

La absurda muerte de René Robert

 La absurda muerte de René Robert

La muerte de René Robert me ha conmovido. No por la desaparición de quien inmortalizara en sus trabajos fotográficos a lo más granado del flamenco, como Paco de Lucía o Camarón, que también, sino por las circunstancias tan desgraciadas de su fallecimiento, tremendamente reveladoras de la inhumanidad que nos está caracterizando. René, de 85 años de edad, había salido a dar un paseo. Se desplomó en una calle del centro de París y permaneció allí, ante la mirada ignorante de los transeúntes, tirado en el suelo, sin nadie que lo auxiliara, hasta bien entrada la madrugada. A las seis y media de la mañana un ‘sintecho’ dio la voz de alarma y alertó a los servicios de emergencia. René había fallecido por hipotermia en una calle transitada, ante la desidia y la molicie de todos. El laureado reportero gráfico no recibió un auxilio que previsiblemente le habría salvado la vida. ¿A dónde hemos llegado?

Esta situación me recuerda a la sufrida por Javier Echeverría-Torres Sauquillo, hijo de la política Paca Sauquillo, gran defensora de las libertades públicas, quien fallecía en el metro, donde se encontraba completamente solo, sin poder hablar, enfermo y en estado de semi-inconsciencia. Los responsables de seguridad que debían auxiliarle lo sacaron a la superficie y lo abandonaron a la intemperie, donde murió. Fueron condenados. 

Ya dijo Sartre que «El infierno son los otros», pero es una concepción del mundo excesivamente egoísta. Parecía que la pandemia nos iba a volver más empáticos con los problemas de los demás, pero desengañémonos, no es así. Me atrevería a decir que todo lo contrario. Nuestros hermanos están colapsando por las calles y nos importa un pepino. No somos humanos, no me reconozco en el espejo en el que me miro a diario. Refrán: Cuando el villano está en el mulo, no conoce a Dios ni al mundo.