Y ella simplemente lanza al azar un par de nombres o varios motes... para que el interlocutor o interlocutora acabe reconociendo en la mayoría de las ocasiones que conoce a alguien de ese noble enclave extremeño de mis entretelas y las suyas. E incluso que algún familiar suyo hunde allí sus orígenes o residencia habitual u ocasional. La apoteosis sucede cuando él mismo reconoce que es de allí o que sus padres o hermanos lo son. Entonces hay fiesta.
A mí, al principio me parecía una mera coincidencia, pero con el paso del tiempo se ha convertido en un misterio que ni Iker Jiménez puede explicar.
Y no sólo nos encontramos a garrovillamos en Extremadura o en el territorio nacional. Recuerdo una vez visitando Kusadasi (Turquía) la antigua biblioteca de Éfeso hablando con unos viajeros españoles también apareció la ‘conexión pueblo’. Y me han contado de un garrovillano que fue a ver las pirámides de Egipto y se encontró a un paisano en Abu Simbel. Milagro.
Garrovillanos viajeros ilustres los ha habido a porrillo. Documentados están los del segundo viaje de Colón: Alonso Bravo (escudero) y Francisco de las Garrovillas (clérigo). Quizá debido a este último las ‘Altagracias’ pueblan las Américas. Porque la patrona de Garrovillas de Alconétar lo es también de República Dominicana, amén de otros enclaves en Argentina, Nicaragua y Venezuela. En La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa la Virgen de Altagracia es citada con profusión. ¡Dios mío la conexión pueblo otra vez!