martes, 22 de mayo de 2007

PAISAJE DE MUJER PELIRROJA CON MOCHILA

Muchas mañanas, cuando tomo el camino de la avenida de Pierre de Coubertain me topo siempre con el mismo paisaje humano. A veces, cuando salgo de mi casa me precede una mujer pelirroja, con una mochila a la espalda. A lo largo de toda la avenida parece que la sigo, pero no, en realidad simplemente tomamos el mismo camino. En ocasiones, pienso a qué se dedicará, por qué como yo, toma ese sendero, con esa melena ondulante, esos ojos pequeños y una leve sonrisa. Y hay días en que quiero pararla, invitarla a un café, pedirle que se detenga y con ella el tráfico y la prisa. Pero prefiero su misterio, la magia de la mañana mientras la brisa golpea contra la cara. A veces si el misterio se rompe, la realidad nos hace detritus y pudre todo lo que toca.
La pierdo de vista por Isabel de Moctezuma, entonces aparece una chica, también pelirroja, que todos los días acompaña a una niña al colegio. Mi cabeza vuelve a distraerse. La niña pequeña habla con ella. Van a contracorriente. Las pierdo. Entonces veo a la mujer pelirroja que trabaja en el centro oftalmológico. Abre la puerta. La dejo atrás. Pasan ante mí otros rostros cotidianos. Como todos los días, algunas caras de palo y algunas sonrisas leves. En el quiosco, cerca de La Cruz, una chica rubia de media melena y chandal rojo. Siempre igual, parte del paisaje humano de la ciudad. Quisiera pararme, decirles algo, conocer algo más de su existencia, pero la vida y las obligaciones tienen más fuerza que todo ese deseo inútil. Refrán: No hay nada más liviano que el paisaje humano.