martes, 1 de junio de 2021

De vuelta al pueblo, la nueva diáspora

 De vuelta al pueblo, la nueva diáspora

Y, de pronto, los urbanitas de todo el país han vuelto la mirada al pueblo y ensalzan sus bondades y se sienten tan de pueblo como si en el terruño que abandonaron en la pubertad hubieran vivido toda la vida. Tras las mascarillas, en los paseos desengrasantes que nos impone este confinamiento light veo ojos de rostros nuevos que no lo son tanto, familiares de vecinos que retornan al pueblo en una diáspora inversa. Solían regresar unos días en verano, por la Pura, o en septiembre por el Día de Extremadura. Esta pandemia les ha adelantado el reloj biológico y en cuanto se han levantado restricciones de movilidad han regresado besando cada piedra de las ermitas, cada banco de las plazas, cada hierba de sus dehesas. El pueblo estaba en un rincón de la memoria, entre olvidado y maldito, quizá a veces como algo vergonzoso. Pero ahora se transustancian en oasis de libertad, espacios para vivir slow y ¿quién sabe? quedarse a vivir si hay buena fibra óptica. Ahora no hay nada mejor que ser de pueblo, ponerse la boina y conocer sus ventajas. Ojalá esto sea un vuelco para esa situación desigual y signifique una reactivación de la economía. Ha tenido que pasar una catástrofe para que volvamos nuestros ojos al pueblo. Los recuerdos de mi infancia están marcados por un pueblo en la Sierra Norte de Sevilla. Entonces veranear allí me parecía horrible: calor, campo seco y moscas. Ahora, en el pueblo adoptivo extremeño que tengo disfruto cada segundo en la plaza, cada excursión senderista, cada visita a ver fauna local. La sensación de que el tiempo corre más despacio es cierta y las bondades del aire extremeño de sobra conocidas. Los pueblos, los extremeños en particular, van a ser nuestros próximos paraísos. Y tenemos la suerte de tenerlos a 5 minutos y con los brazos abiertos. La frase: Un pueblo que quiere ser feliz no ha menester de conquistas. (Plutarco).