martes, 18 de diciembre de 2018

Allí donde dejo mi sombrero es mi casa

Decía sir Paul Young en un soul mítico de 1980 que «soy de allí donde dejo mi sombrero». Muchas veces he meditado sobre qué esconde ese sombrero y de qué está hecho para condicionar toda tu existencia.

Ahora que llegan tiempos de encuentros y reencuentros de extremeños en la diáspora me pregunto si sigo siendo un andaluz en la emigración o ya me he metamorfoseado en un extremeño con orígenes hispalenses. He vivido ya más tiempo en Extremadura que en mi tierra natal y fundado una familia aquí. También me he empadronado en Cáceres y como garrovillano consorte siento más cerca ese municipio que el pueblo de mis abuelos, El Pedroso, en plena Sierra Norte sevillana y ahora situado en el mapa por todo el feo asunto de los EREs.

¿Dónde dejé exactamente mi sombrero? ¿Y cuándo lo hice? No soy consciente de cuándo llegué al punto de no plantearme el retorno a Andalucía. Aquí, en el terruño, me desarrollé como profesional, como persona y sobre todo he amado -como dice Antonio Machado- todo lo que me permitieron las fechas asignadas por Cupido. Y cuando se trata de amor, la raíz parece que se agiganta, se hunde el suelo y se funde con la tierra. Es de suponer entonces que en temas de arraigo no se trata de sombrero sino de zonas del cuerpo mucho más por debajo de la cintura las que mandan en esto de sentir una tierra como tuya. Aunque evidentemente no se trata del único factor.

No tengo hijos, pero si los tuviera imagino que serían otro sombrero más que habría dejado sobre la faz de esta tierra, a veces invivible, pero ya insustituible para mí y para muchos que, como yo, vinieron para un periodo corto de tiempo y llevan ya más de 26 años.

Como cuenta Serrat en uno de sus grandes temas: «Fue sin querer, es caprichoso el azar». Lo cierto es que los vientos de la fortuna me llevaron hasta Extremadura y, de momento, la barca de mi vida quiere estar varada aquí, a pesar de tantos temporales. Refrán: De hombre arraigado no te verás vengado.