martes, 15 de diciembre de 2020

Cierre perimetral del corazón

Hasta que no llegó la pandemia yo creía que el Estado de Alarma y el toque de queda era algo que solo pasaba en las películas de Arnorld Schwarzenegger. Pero vivimos en un presente que nunca imaginamos. Bueno, digo que «vivimos», pero a una parte de la población se la traen al pairo todas las restricciones que pretenden frenar esta sangría de muertes. Esta situación -que se da en todos los grupos sociales- es especialmente flagrante en algunos jóvenes, aunque no todos. Fiestas ilegales, reuniones clandestinas, encuentros de alto riesgo… Yo también he sido joven y me he creído inmortal. Ahora siento una gran preocupación por los nacidos entre 1985 y 1994, atrapados por dos grandes crisis, la económica que comenzó con la caída de Lehman Brothers y la actual, la sanitaria, pero también con efectos devastadores.

Está claro, nuestros hijos no van a vivir mejor que nosotros. Y esa es una gran losa para todos. La ‘generación intercrisis’ vive instalada en la desesperanza del no future. Pero ello no justifica en ningún momento que pongan en peligro sus vidas y las de los demás.

Entiendo el estrés pandémico. Estamos hartos. Lo que me da más pena es que quienes han tenido fallecimientos cercanos escondan su dolor bajo la mascarilla ante la chanza de algunos irresponsables. Es lo que yo llamo ‘cierre perimetral del corazón’. No les duelen los muertos, ni la enfermedad, ni el dolor ajeno, sumidos en un eterno egoísmo, en ese perpetuo carpe diem en el que hemos animado a vivir a la juventud. Cuando las aguas vuelvan a su cauce, unos estarán inmersos en el dolor de la muerte de seres queridos y otros, los no afectados, con un corazón cerrado, harán de su capa un sayo y volverán a las terrazas a tomar cervezas, si es que un día dejaron de hacerlo.