martes, 13 de marzo de 2012

Gourmets

Tras mi última visita al Salón de Gourmets de Madrid me asalta una duda: ¿Soy realmente un gourmet o un auténtico tragaldabas? Me gusta comer, lo reconozco. Eso de quedarse con un poquito de ruido de tripas después del almuerzo por aquello de guardar la línea no va conmigo. La barriguita poscuarentona se ha convertido en una compañera de la que me cuesta desprenderme. Mis intentos de ponerme a dieta son conocidos por quienes me rodean, pero desde que llegué a Extremadura todo está tan bueno...

--Juanjo, ¿ya estás abriendo el frigorífico otra vez? ¡Si ya es hora de acostarse!, que inquieren a veces con los brazos en jarras.

Pues sí. Todo alimento me apela a engullirlo y degustarlo, desde la cachuela matinal, pasando por la chanfaina con arroz, hasta los repápalos de última hora. ¿Y qué puedo hacer? Me han comentado que algunos ponen fotos suyas desnudos con las lorzas al aire en la puerta del frigorífico, pero me parece, sobre todo, muy poco erótico y nada agradable.

Lo cierto es que en Gourmets se potencian los alimentos sorprendentes. Allí, en la sala de prensa, probé un salmorejo con maíz y sobrasada, y una especie de yema de huevo que, en realidad, era queso azul con manzana y bronce comestible. A mí me gustan esas viandas tan mariquitas, pero disfruto igual con un buen queso artesano de la tierra y un pitarra. Gourmets este año ha adelgazado. La crisis ha devorado la participación de muchas empresas. Sin embargo, todos tenemos la mala costumbre de comer todos los días. Algunos más que otros. Eso asegura para siempre el éxito de Gourmets. Por mi parte no quedará, seguro. Refrán: A falta de faisán, buenos son rábanos con pan