martes, 6 de octubre de 2020

Hidroalcohólicos anónimos

Acabo de incorporarme al creciente grupo de los hidroalcohólicos anónimos. Sigo todas las directrices de higiene que nos marcan para evitar el contagio del covid, pero con la llegada de la segunda ola se ha apoderado de mí una angustia existencial que me lleva a extremarlas hasta la obsesión. Creo que me doy gel hidroalcohólico cada vez que me levanto de la mesa y me lavo las manos con agua y jabón frotando hasta producirme leves lesiones.

La preocupación por no contagiarme se ha apoderado de mí. Me tomo la temperatura constantemente y vigilo mis constantes vitales para ver si tengo síntomas. Como Woody Allen en cualquiera de sus primeras películas, en cuanto noto cierta destemplanza me pongo sudoroso y ya creo que cumplo por completo el cuadro clínico de la pandemia. No quiero ni pensar qué sucederá cuando pille el primer catarro del año.

A veces siento como mareos, me falta el aire y repaso mentalmente mis contactos sociales o les llamo para preguntar sibilinamente cómo se encuentran de salud. Busco a cada rato en internet noticias sobre las vacunas, que veo como algo muy lejano e incierto. Y mi preocupación aumenta, como imagino que la de todo el mundo. Ni que decir tiene que no es lo correcto ni lo recomendable, pero instintivamente lo hago.

Solo me conforta esa sensación pegajosa del hidroalcohol sobre la piel, con ese extraño olor a orujo caducado. En mi mesa de trabajo tengo un bote que gasto por arrobas. Esa tranquilidad momentánea es un espejismo y en cuanto cruzo la puerta de la calle me asaltan pensamientos funestos y compulsivos. Esperemos que esta pesadilla tenga pronto un fin. Lo necesitamos. Refrán: Hasta que el hombre muere, de su salud no desespere.