martes, 4 de septiembre de 2018

Ser extremeño

Este verano en Cascais (Portugal) asistí a un festival folclórico al aire libre. Sobre el escenario se sucedían las agrupaciones vocales que interpretaban en la madrugada hermosas canciones de alabanza a la tierra. Cuando una de ellas entonó un homenaje al Alentejo vi cómo los ojos de varios espectadores se llenaban de lágrimas. No eran personas mayores, ni emigrantes, sino jóvenes que sentían a su comunidad muy dentro de su corazón. Les envidié.

Ahora que se acerca el Día de Extremadura me gustaría saber cuán dentro de nosotros está el sentimiento de pertenencia a la región y si éste no se está diluyendo a medida que transcurren las generaciones. A lo largo de mis casi treinta años en la región he conocido de todo. Desde para quienes nacer en Extremadura ha sido solo una anécdota en sus vidas hasta quienes hacen gala a diario de esta condición. Aunque de estos últimos su número se reduce.

Me apena cuando el sentirse extremeño sólo sale a relucir en situaciones de adversidad o emigración. Los extremeños en la tercera provincia son como una piña, pero ¿lo somos dentro de nuestra propia comunidad autónoma? Tendríamos que ser más reivindicativos y estar más unidos en lo que verdaderamente importa. No podemos relegar la protesta y el pataleo para cuando la situación es ya una vergüenza pública, como sucede con nuestro vetusto tren.

Me gustaría que nuestra región fuera mucho más que un reservorio de votos y que pegara sobre la mesa un gran puñetazo para que se pudieran fijar en ella las demás comunidades. Tenemos talento, recursos, naturaleza bien conservada… ¿por qué entonces estamos relegados a este ostracismo en vida?

El viernes 7 de septiembre todo serán parabienes, pero me gustaría de una vez por todas abandonar este síndrome eterno de furgón de cola. Refrán: Buena fama merece, quien por su patria muere.