martes, 20 de octubre de 2020

Guerrero: adiós al tunante cortés

La semana pasada falleció Francisco Javier Guerrero (63 años), el tunante cortés y simpaticón, principal condenado por el caso de los ERE en Andalucía. Lo conocí en persona en mis veraneos en El Pedroso, pues mi padre y el suyo cultivaron una larga amistad. No se me escapa que por culpa del exdirector general de trabajo el dinero de los parados andaluces acabó dilapidado y en manos de quien no debía, en el caso de corrupción más vergonzante de la reciente democracia. Pero no por ello deja de rondarme la cabeza que sobre él recayó todo el peso de la justicia, mientras que quienes estaban por encima, sus jefes, se fueron ‘de rositas’ o con penas de inhabilitación y la simple condena mediática.

Guerrero fue, además, un ingenuo en sus declaraciones. Se refirió a él mismo como el repartidor de un ‘fondo de reptiles’ en relación a una partida de libre disposición con la que se tapaban bocas y compraban voluntades, cuando podía haberla citado por su nombre técnico: 31-L. Su retrato político y moral se dibuja desde entonces con un trazo grueso marcado por la barra del bar donde se tomaba sus famosos gintonics y recibía a todo el que iba a pedirle una subvención. Él las otorgaba («por mis cojones») sin hacer la más mínima comprobación, por sentirse benefactor y no por un mero afán personal de lucro. Era un ‘conseguidor’ y se sentía orgulloso de ello. Pero también fue un político hábil, muy cercano al ciudadano, y un auténtico ‘desactivador de bombas’ para la institución a la que servía. Y solo recibió el abandono y el desprecio de ésta. Por cierto, que fue traicionado por su chófer, correligionario de juergas, beneficiario de millones de euros sin merecerlo. Javier Guerrero fue el ejecutor de una forma de hacer política execrable, pero creo que los verdaderos responsables no han saldado con la sociedad andaluza la gran deuda que tienen con ella. Refrán: Necio aquel que padece por culpa que otro merece.