martes, 13 de septiembre de 2016

Manteros, una vida huyendo

 Las vacaciones son tiempos de contraste. Las zonas turísticas de costa especialmente. Cada noche, los paseos marítimos se llenan de manteros, de vendedores ambulantes ilegales, procedentes la mayoría de las veces de países empobrecidos o zonas de conflicto. Huyen del desastre de la guerra con pocas pertenencias. Duermen en furgonetas o en pisos con 'camas calientes' que se utilizan las 24 horas del día. Tienen que soportar por la mañana un sol que --mientras a unos les da un moreno para presumir después en su vida urbanita-- a ellos les destroza la piel. La mayoría van descalzos.
Por el día recorren la playa con una pesada carga sobre sus hombros de toallas, pareos y gafas de sol. La mayoría son imitaciones de marcas. Tienen incluso que aguantar el regateo de los bañistas que se interesan en su mercancía. Relojes y pulseras que adornarán una existencia pequeñoburguesa. Por la noche, en el paseo marítimo extenderán sus mantas llenas de quincallería, lámparas de led, supuesta artesanía y prendas de imitación.
Entonces comenzará el juego del ratón y el gato. La policía local hará su ronda nocturna y ellos saldrán corriendo hacia una oscuridad tan rotunda como su piel. Lo he visto este verano en las playas de Huelva. Mientras los veraneantes pasean tranquilos ellos huyen y se sienten perseguidos, sin papeles, sin nada, sin esperanza. Cada vez su número se incrementa y también quienes le venden la mercancía y sacan buenos réditos de esta situación de miseria humana. Este agosto estaba almorzando en un chiringuito con unos grandes pilares que se hundían en la arena pero que dejaban cierto resguardo.
Al frente, el mar. Todo tranquilidad. De pronto me di cuenta que bajo la madera donde estaba comiendo se escuchaban las voces de los manteros. Mientras yo disfrutaba de una tortilla de camarones, los manteros bajo mis pies se habían refugiado para dormir la siesta. Arriba el primer mundo se ponía las botas. Abajo, el tercer mundo, con los pies descalzos no tenía qué comer. Mundo insólito e injusto. Refrán: El que en verano no trilla, en invierno no come.