martes, 10 de marzo de 2009

Los hombres heridos

Me despierto cada mañana rodeado de hombres heridos camino de la nada. Algunos ya están muertos y no lo saben. Van cargados de amargura. El alma se les ha oxidado de golpe. Han dejado su vida en la cadena de montaje, en el supermercado, en la sala de juntas. Han sido años con el martillo neumático en las manos o con el palustre subido a un andamio. Han sido miles de madrugadas de reparación de averías o de un pequeño esfuerzo más "por el bien de la empresa".

"No te lo pide el dueño. Te lo pido yo", te decía el encargado, Y como eras amigo suyo le hacías el favor de ir, aún cuando fuera domingo o día de fiesta. Ahora el encargado y tú estáis agonizando en vida, en la cola del Inem de todos los días, haciendo los recados de la casa para no quedarse hundido en el sillón, frente a la televisión. En esa caja tonta el presidente habla y dice que está muy preocupado. Pero él no está como tú. No está muerto y hasta se le va el santo al cielo pensando en escenarios más agradables y voluptuosos. E intentas llenar la mañana de chapuzas absurdas para que tu mente no tenga conciencia de esa pequeña muerte. Y el bar, cada día es la misma sarta de estupideces, de risas sordas y socarronas. Hasta, a veces, has creído oír que te decían: "inútil". Pero giraste la cabeza y ellos seguían echando la partida, envueltos en el humo, como si nada, mirándote de reojo, pendientes de sus miserias. Y en la televisión cada vez que sale el locutor de los telediarios el corazón se te acelera cuando da las cifras del paro. El también puede ser el próximo. En el aire se masca que pronto serán cuatro millones de muertos en vida. Maldita crisis. Refrán: El paro nuestro de cada día se ha convertido en una sangría.