martes, 25 de agosto de 2009

El toro es lo de menos

Hace ya algunos años que la peña ´Chapuzas´ me enseña los entresijos de los pueblos en fiestas. Uno se pasa el verano escribiendo de ello, pero hasta que no lo vive en directo no es consciente del trabajo y de los profundos lazos que se forjan entre los miembros de una peña. En Garrovillas de Alconétar los toros son expresión de una religión laica en la que los oficiantes son los amigos de toda la vida. A veces fue esa misma vida la que obligó a algunos a buscarse las habichuelas fuera del pueblo. Y por ello los toros se ansían como un momento mágico en el que la existencia se vive con la plenitud del reencuentro. En las fiestas todo es exagerado: se come hasta forzar los límites corporales. Se exalta la amistad y la concordia por encima de los problemas que conlleva pujar por un carro, montarlo y desmontarlo en la plaza, y organizar avituallamiento para una multitud, cada uno de su padre y de su madre. Y hablando de padres y madres: los adolescentes de hace veinte años ya han convertido el carro en una guardería. Algunos de los pequeños ´Chapuzas´ --que son legión-- ya vuelan solos. Muy pronto les dirán a sus progenitores que quieren ´hacer carro´ por su cuenta. Los que eligieron el difícil camino de la emigración regresan a sus ciudades con las pilas recargadas y colesterol por las nubes. Los que se quedan en el pueblo se pasarán el año ojeando las viejas fotos descoloridas de los 80, las digitales después y mandándose correos electrónicos. Y todos coincidirán en una cosa: Hay que ponerse a dieta urgentemente.

¿Y el toro? Bueno, lo del toro es otra historia, pero sin duda lo menos importante de todo. Refrán: Las fiestas garrovillanas hay que cogerlas con ganas.