martes, 27 de marzo de 2012

Historias de la economía sumergida

Lunes a las ocho y media de mañana ante la puerta de la sucursal de una entidad de ahorro. Soy el primero y me pide la vez un hombre en chandal y sudadera negra, de unos 50 años. Poco a poco va llegando cada vez más gente. Abren a las nueve, así que toca media hora de espera en medio del frío y de los rostros de circunstancia de mis compañeros de cola. El hombre del chandal habla a gritos y con aspavientos.

--Ya te digo yo que va a venir mucha gente a la cola. El sábado por la mañana cobré el paro. Yo vengo a ingresar, pero ya cobré el paro.

El ciudadano del chandal sigue nervioso como un pájaro y se queja con fuerza ante la larga cola de que no abran más pronto la sucursal.

--Hombre, si está usted en el paro no tendrá prisa, le contestan.

--Es que llego tarde para hacer unas chuscas...

La declaración causa la indignación entre algunos de los que esperaban, pero no le dicen nada. Para tratar de limar asperezas otro compañero de cola le comenta:

--No llueve y como sigamos así la sequía va a ser muy dañina.

--Pues a mí me da igual, mientras abra el grifo y salga agua..., respondió el ciudadano.

Afortunadamente, una mujer de los presentes le llamó la atención por aquel comportamiento tremendamente insolidario. Así somos. Nos da igual todo mientras no nos toquen lo esencial. Entonces ya protestamos y quizá sea demasiado tarde. Sospecho que en el mundo de la economía sumergida hay mucha gente que solo busca sobrevivir y otros que han encontrado en esa oscuridad el espacio perfecto para tomarnos el pelo a base de bien. Refrán: Barriga llena no siente pena.