martes, 24 de julio de 2007

EL SÍNDROME DE LA RATITA PRESUMIDA


Una de mis lecturas veraniegas me ha descubierto el síndrome de la Ratita Presumida. De hecho, creo que soy uno de los pocos hombres que lo padecen. El síndrome es esa querencia que nos lleva a emparejarnos con quien acabará sin duda devorándonos o destruyéndonos. Por eso me permito recordar cómo fue aquella historia de la ratita.
La Ratita Presumida era más cursi que una perdiz con ligas, pero entre sus virtudes se encontraba el ser muy hacendosa. Una mañana muy luminosa se puso a limpiar la acera de su casa. Vivía --creo-- que por el R-66, aunque iba al centro de entrenamiento de El Perú de cuando en cuando. Esa mañana mientras barría se topó con una gran moneda de oro. Entonces decidió que iría al Eroski y se compraría un gran lazo azul para su rabo, es decir, para la cola que lucen todos los roedores, incluso las ratitas.
Lo atractivo del lazo la convirtió muy pronto en objeto de deseo de multitud de pretendientes.
Ratita, ratita... ¿Te quieres casar conmigo?, le dijo el ratón.
--¿Y por las noches qué harás?
--Dormir y soñar..., le contestó.
--No, yo quiero algo mejor.
Y vino el topillo y también se le declaró a la ratita.
--¿Te quieres casar conmigo?, le dijo agitando nervioso la trompilla.
--No, yo busco algo más...
Entonces llegó el gato aristogato.
--¿Ratita te quieres casar conmigo? Soy gato salvaje y macarra...
--¡Uy, sí!, le dijo la ratita.
--Te quiero tanto ratita... ¡que te comería!
¡¡¡Y se la comió!!!
Refrán: Tenemos una extraña querencia de amar a quien nos hará firmar de muerte la sentencia.

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