lunes, 21 de septiembre de 2009

¿Para quiénes escribimos cada día?

¿Para quién escribo? Me lo han preguntado mucho últimamente amigos, colegas y familiares. Sé que no escribo para el ejecutivo suficiente que hunde con gesto dinámico su llave en el coche de lujo. Ni tampoco para el prepotente avaricioso que se felicita a sí mismo por la inteligencia de sus acciones financieras. No lo hago para los hipócritas de palmada en la espalda y lengua afilada en cuanto desapareces. Ni para aquellos que se alzan sobre los demás hundiendo en el barro a sus congéneres. Ni para esa gente tan pobre que sólo tiene dinero en las entrañas.
Escribo, quizá, para aquellos que jamás me han leído nunca. En la confianza de que en algún momento una hoja de periódico llegue volando y se pose en el alfeizar de su ventana. Lo hago para quienes un día de aburrimiento el Google les mande a uno de mis artículos. Escribo para los que me ignoran consciente e inconscientemente. De uno en uno, o en legión. Escribo para todos aquellos cuerpos en los que mi palabra pueda posarse liviana como una pluma.
Y escribo también para todos aquellos que día a día mueren en la indiferencia de los demás. Para todos aquellos que sufren en silencio el desprecio de sus hermanos. Y para la mujer del pueblo que acude a la misa de nueve entre las brumas. Y para el jubilado del paseo de Cánovas al que le cae el sol a chorros y dormita en el banco. Escribo para lo que palpita en los corazones cuando se aman. Por todo eso escribo cada día. Refrán: Paráfrasis de Vicente Aleixandre con más o menos suerte, a los 25 años de su muerte.

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