martes, 23 de marzo de 2010

Abuso de autoridad

Desde pequeño me inculcaron que los profesores tenían la autoridad y que por sus conocimientos y por su edad había que respetar sus decisiones, ya que todas ellas --aunque no lo pudiéramos entender-- iban encaminadas a hacernos personas mejores y más sabias. Por eso no entiendo cómo alguien puede aprovecharse de ese respeto para llevar a cabo actos abusivos sobre el cuerpo o la estabilidad mental de aquellos a los que supuestamente pretende orientar, ya sea en el ámbito de la enseñanza, de la espiritualidad o del deporte.

Me aterra el silencio sobre esos actos, un silencio que no es el silencio de Dios, sino el de los cobardes y la vergüenza. Me dan miedo quienes ante actos de pederastia, abuso o maltrato miran para otro lado, o piensan que eso forma parte de una visión progre de las relaciones humanas. Siento asco ante aquellos que acallan su mala conciencia cuando van a un prostíbulo y piden sexo con chicas o chicos de 18 años recién cumplidos.

El escándalo de abusos sexuales a niños no es sólo un problema irlandés, estadounidense o alemán. Es también un escándalo de la Iglesia en muchas partes. ¿Cómo alguien en el ejercicio de un ministerio como el sacerdocio puede cometer un acto tan vil con personas totalmente indefensas? A miles de niños en el mundo les han robado la infancia. Y no se puede tapar con dinero, perdones a destiempo o bonitas cartas pastorales.

El dolor de estos niños se ha traducido en adultos llenos de traumas, frustración y en algunos casos de repetición de estas prácticas con sus hijos. Hay un océano de dolor donde la sociedad se está ahogando. Y los responsables callan avergonzados. Refrán: El abuso de autoridad es toda una indignidad.

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