martes, 18 de mayo de 2010

Hospital

Los pitidos lejanos de las máquinas conectadas a los cuerpos son los grillos en la noche del hospital. Allí cada habitación es una particular historia con su nombre, sus apellidos y su número de la Seguridad Social. Unas más urgentes que otras. No todas son tristes. Las hay plenamente felices, como el nacimiento de un hijo. La vida y la muerte se dan la mano en un ir y venir de batas verdes, de familiares que buscan un médico para resolver una duda, de amigos que en el hospital se han reencontrado, unidos por la enfermedad de un ser querido.
Cada jornada tiene algo de reto. Incluso hay pacientes a quienes les ha tocado aprender a andar por tercera vez en su vida. Y el paisaje para volver a nacer un día cualquiera está lleno de otros seres humanos, de enfermeras que quitan hierro a la adversidad, de personas pendientes de que el nuevo amanecer al mundo sea rápido, de familiares que ven en cada leve progreso un acontecimiento mundial. No estamos solos en la adversidad. Ni cuando venimos al mundo, ni cuando el cuerpo pasa la ITV en una clínica, ni cuando desaparecemos del todo. Hay enfermos que mejoran con el contacto de sus semejantes, de sus amigos, aunque a veces sea una pesadez tanta visita. La noche en un hospital tiene mucho de rumor de olas amigas. El amanecer parece que nunca llega, pero uno cierra los ojos y se da cuenta de que está rodeado de congéneres que se esfuerzan para que el sufrimiento sea sólo una anécdota en la vida. A veces la firmeza del mundo puede conseguirse sólo con un poco de arena. Refrán: La naturaleza humana es buena y la maldad es esencialmente antinatural.

No hay comentarios: