martes, 4 de junio de 2013

La plaga


Siempre me he preguntado por qué para que unos se diviertan otros tienen que pasarlo mal. Por eso cuando voy a la feria siento remordimientos, mala conciencia por disfrutar mientras otros seres humanos las pasan canutas a mi lado. El viernes vi como una 'cholita' le lavaba la cara a su hijo con un tazón de agua, una escena que me enterneció y a la vez me llenó de desazón paseando por el ferial cacereño. A su lado miles de polillas revoloteaban como una gigantesca plaga. Es cierto que al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Tenían una oportunidad de ganar algo de dinero pero la crisis y las polillas a muchos feriantes les reventaron el asunto. También contemplé a un hombre vendía unos artilugios que se lanzaban al aire y volvían con una luz encendida, un juguete que apenas valía unos céntimos pero que costaba unos euros. Quizá a muchos el precio les parecería excesivo, pero mientras aquel feriante vendía el juguete estaba cuidando de su hijo en una sillita, al relente de la noche. ¿Qué es más abusivo? ¿El precio de aquella nadería o que un ser humano tenga trabajar en esas condiciones junto a un menor, sin casa, sin techo como un canto rodado? Lo curioso que tienen estas crisis es que los cimientos de la clase media se tambalean y la acercan al lumpen, presa de sus propias contradicciones. Y en medio de ese desastre, la plaga, las polillas que se pegaban a las luces de las casetas por millares, queriendo también ellas aprovechar el derroche de luz de los focos. Una buena metáfora para explicar esta crisis en la que cada día descubrimos a alguien para quien es un tesoro lo que a los demás parece que nos sobra. Refrán: Quien va a la feria, lo cuenta a su manera

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