martes, 6 de febrero de 2018

En gigantes ganamos por cinco centímetros

La película Handia inspirada en el gigante de Altzo ha cosechado nada más y nada menos que diez Goyas. Es una historia conmovedora sobre alguien que se sentía «un aborto de la naturaleza» y que debido a su descomunal tamaño llevó una vida de fenómeno de feria.
Joaquín Eleizegui Arteaga (1818-1861) medía 2,30 metros, y en plenas guerras carlistas tuvo que ir exhibiéndose por los pueblos y por los palacios de la realeza europea como el hombre más grande del mundo de su época. A cambio, su padre tendría pagado el tabaco de por vida.
Pues bien, en Extremadura hemos tenido también un gigante en tiempos pretéritos y que probablemente sufría de la misma enfermedad que su compañero vasco: la acromegalia.
Agustín Luengo Capilla, nacido en Puebla de Alcocer en 1849, compartió con su compañero vasco orígenes humildes y una existencia marcada por su enfermedad. Tuvo que trabajar en un circo para ganarse la vida. Y eso sí, medía más que Eleizegui: 2,35 metros de altura.
Otra curiosidad en la vida del gigante extremeño fue el pacto, casi mefistofélico, que firmó con el doctor Pedro González Velasco, que en aquella época montaba el Museo Antropológico de Madrid. A cambio de 2,5 pesetas diarias, el gigante extremeño se comprometía a donar su cuerpo a la ciencia para ser exhibido y estudiado. Lamentablemente el gigante murió una Nochevieja y sólo se pudo recuperar su esqueleto en buen estado, que se sigue exhibiendo en Madrid.
Actualmente, en la casa de cultura de Puebla de Alcocer se encuentra un pequeño y original museo, abierto hace tres años, con reproducciones de sus objetos personales, una estatua a escala, y uno de los zapatos que le regaló el rey Alfonso XII.
La historia de Agustín Luego bien merecería otro largometraje. En Extremadura hay talento para hacerlo. Nos falta tan sólo creer en nosotros mismos. Refrán: Una calentura, manda al gigante a la sepultura.

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