jueves, 19 de abril de 2007

UN PASTOR, SU MADRE Y UN REMANSO EN EL RIO

Cuando Pablo pasaba por aquel remanso del río con las vacas del señorito siempre sentía un escalofrío y no sabía por qué. Algo había oido. Historias que se contaban en el pueblo. Hablaban del día que su padre y su hermano desaparecieron cuando llevaban las vacas a pastar, como cualquier jornada, como él mismo hacía ahora. Pero fueron y no regresaron de esa dehesa cerca de Viandar, por la Vera. Y esas historias hablaban de su otro hermano, Juan, que huyó al monte y empezó a vivir como una alimaña.
Porque eso le dijeron a su mAdre: que su marido y sus hijos eran alimañas.
Pablo nunca llegó a comprender aquello. Solo que un día se hizo hombre de pronto y su tío, que era cura, lo protegió durante años en Talaveruela, casi escondido de las miradas de todos.
La madre de Pablo desde aquel día no hablaba. Se pasaba las horas mirando la lumbre con la
mirada perdida. A veces entraba como en un trance y Pablo le preguntaba qué estaba viendo.
--Es el que fusiló a tu padre, quiere que lo perdonemos. Su alma no encuentra consuelo.
Pablo pensaba que su madre había enloquecido y los ojos se le llenaban de lágrimas.
Un día se recibió una carta sin remitente en el ayuntamiento.
Un anómino pedía perdón y piedad. Hablaba de una fosa donde había dos cuerpos enterrados en el remanso del río, donde Pablo sentía aquel pálpito. Su padre y su hermano estaban allí. El día
que los enterraron en el cementerio su madre dejó de tener visiones. Refrán: Cada 14 de abril la
sangre se me pone a mil.

No hay comentarios: