viernes, 14 de septiembre de 2012

Sol por dinero


Sol por dinero. En eso consistía el negocio de aquellos que decidieron convertir desconocidos pueblecitos costeros de España en el paraíso perdido de turistas suecos, alemanes y británicos. Durante mucho tiempo, ese boom económico, nos hizo mucha gracia. Mientras, en las películas de José Luis López Vázquez él se desvivía por conquistar el corazón de mujeres de dos metros de altura. Pero el desarrollo económico venía de la mano de otro que erosionaba el paisaje: el desarrollo urbanístico. De pronto, unos visionarios se dieron cuenta de que se movían cantidades ingentes de parné. Se construyó donde no se debía y algunas poblaciones se desnudaron de su belleza primigenia para parecerse a desmesurados paraísos de ocio, monumentos a la horterada nacional, con hoteles y chiringuitos casi metidos en el agua. Marbella sólo es el ejemplo más conocido de este disparate que añadió más oxígeno a la burbuja inmobiliaria antes de que explotara. Mientras unos se lo llevaban calentito, los ciudadanos hemos contemplado sin inmutarnos un deterioro total de nuestro medioambiente ante la pasividad de nuestros representantes públicos, desgraciadamente algunos de ellos copartícipes del desastre. Pero llega el verano y todos queremos estar a un segundo de la playa, nos damos codazos para llegar a la arena y matamos por un plato de sardinas, aunque esté lleno de moscas. Sol por dinero. Ese era el negocio redondo. Desgraciadamente, llegará un día en que hasta al sol le dará vergüenza de que hayamos convertido el mar en un estercolero. Refrán: ¡Levantad los adokines y veréis la playa !

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