El mundo entero se ha estremecido con el documental en el
que Wade Robson y James Safechuck, dos presuntas víctimas de los abusos
sexuales de Michael Jackson narran la catarata de delitos que el ‘rey del pop’
cometió con ellos. Es lo que tiene el mundo globalizado y la nueva forma de ver
televisión: nos sirve la verdad en plato frío a la hora que queramos en
cualquier parte del mundo.
Pero lo que más me ha sorprendido de todo es esa extraña
reacción que puede observarse en los casos de delitos sexuales: el intento de
convertir a las víctimas en culpables de las andanzas de los depredadores.
Es lo que le ha pasado a Barbra Streisand, quien en un
primer momento quitó hierro a la violación durante años a los menores y dijo
que actualmente se le veía bien y casados, sin traumas. «Se puede decir que
fueron niños abusados, pero esos niños, como les he oído decir, estaban
encantados de estar allí», dijo la gran intérprete. Después ha pedido perdón
por este patinazo.
Es curioso como ante un delito sexual se tiende a diluir la
culpa inyectándola de alguna manera a las víctimas. Recuerdo las
manifestaciones del obispo de Tenerife Bernardo Álvarez: «Puede haber menores
que sí lo consientan -referiéndose a los abusos- y, de hecho, los hay. Hay
adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y,
además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan». Un sindios.
Debemos desterrar por completo esta manera de pensar. Las
víctimas son víctimas. Vestir provocativo no es abrir una puerta a la violación,
ni desearla, ni la justifica. Siento una gran pena por los miles de padres que
viven cada fin de semana un calvario insomne porque sus hijos e hijas vuelven
de madrugada los fines de semana. El fenómeno de las violaciones en grupo no
parece que sea algo aislado ni excepcional. Y no podemos dar ni un solo
argumento a las manadas para que sigan cometiendo atropellos. Refrán: El
ausente siempre es el culpable.
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