jueves, 28 de diciembre de 2006

HISTORIAS DE LA ALTA INFIDELIDAD

Sospechaba hacía tiempo de su novio pijo. Eran pequeños detalles, cosas sin importancia. Por teléfono su voz sonaba más grave de lo normal. Cuando algunos fines de semana subía al pueblo, en la Vera, estaba distinto. Lo notaba diferente. El remolino del pelo era extraño sobre su frente. Su sonrisa --la de él-- tenía más aspecto de mueca que de otra cosa. No había nada concluyente. Solo suposiciones sin fundamento. Pero Montaña estaba segura de que le era infiel con otra mujer. El trabajaba en Cáceres y muy pronto se casarían. --Niña, deja de darle vueltas al tarro . Fernando es un buen chico. ¡Vaya ejemplar que has pescado zagala!, le decía la yaya junto a la lumbre. Un día, atenazada por las dudas, se acercó al chozo del tío Lagarteiru, un curandero de la sierra de Gata que leía los posos del café, echaba las cartas y limpiaba el mal de ojo .
--Estoy segura de que me la pega con otra. Es un pálpito. ¿Puede entenderlo? ¿Qué es lo que ve? ¿Es guapa la chica?
Tío Lagarteiru se puso serio y miró el fondo de la taza de café. La movió y miró a Montaña con una sonrisa entrecortada.
--Mujer, déjate de tonterías. Yo no veo ninguna mujer. Vete en paz. Son 60 euros y la voluntad.
Montaña volvió feliz a su casa. Llamó a Fernando para decirle que lo amaba con toda su alma. Varios años después cuando sorprendió a su marido en El Barroco besándose con una drag queen comprendió que debió haber afinado más su pregunta. Refrán: Aprende a preguntar porque te la pueden pegar.

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