jueves, 28 de diciembre de 2006

OTRO INVIERNO EN LA CIUDAD

El invierno había llegado y no se habían dado cuenta. Aquellos amantes se citaban a escondidas cada viernes en el aparcamiento de Obispo Galarza y subían al restaurante. El verano se había hecho eterno y la tormenta les sorprendía sin paraguas ni abrigos suficientes. Pero se alegraban de estar a cubierto y resguardados del frío. El volvió a aparcar nervioso y mal en el garaje. Una vez arriba, en el restaurante, pidieron un Yllera para beber, que supo a poco e hizo más generosa la noche. Ella, ensalada griega. El boletus con jamón. En la terraza los relámpagos ponían un destello de magia eléctrica a la velada. --¿Has tomado precauciones? ¿Crees que nos ha seguido alguien?, preguntó ella. --Tranquila, ésta es la ciudad feliz . ¿Sabes cómo te digo? Aquí nadie se fija en nada, contestó el chico quitándose la americana. Los amantes celebraban otro invierno juntos. Se habían conocido un día de frío intenso. Cada vez que llegaban lluvias y nieblas para ellos era como una confirmación de su relación cómplice. Tomaron unos profiteroles, que compartieron a dos cucharas. Todos los clientes del bar se habían ido. Quedaban sólo ellos. Los camareros les miraban insistentemente, como invitándoles a que se marcharan. La vela del quinqué de la mesa se reflejaba en los ojos de ella como dos gotitas de fuego. Tras pagar se fueron a casa, atravesando las calles mojadas. Hacía frío y sonreían. Aquella noche se amaron hasta que el amanecer les sorprendió desnudos en el domicilio conyugal. Refrán: El amor es el fuego con más resplandor.

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