jueves, 28 de diciembre de 2006

LA SEDUCCION DE LAS CAJERAS

Aquella cajera del Eroski me tenía embelesado. Cogía los productos delicadamente y los pasaba con dulzura por el escáner, como si los acariciara. Siempre iba a pagar por su caja, aunque tuviera mucha más cola que las otras. Me daba igual el total de la compra. Yo firmaba encantado el recibo embobado por esa sonrisa. Lo importante era que me atendía con su voz melosa y su mirada picarona.
Un día, por mi torpeza, vertí un frasco de colonia de hombre por toda la cinta transportadora.

--Lo siento, señorita si le causo alguna molestia.

--Ninguna, huele muy bien, pero... ¿cómo le explico este olor a mi marido esta noche?

Desde entonces la magia se rompió y sé que poco después la trasladaron, con buen criterio, a Bollería y ahora le perdí la pista. Entonces empecé a aficionarme a una cajera de una tienda de congelados del Tambo con un mechón de pelo blanco que siempre me agasaja con toda clase de obsequios.

--Tenga dos yogures gratis, un detalle de la casa, guapetón.

--¿Quieres probar estos langostinos? Están exquisitos.

Yo le dije a un amigo que tenía a la cajera loquita por mí. Pero él me devolvió a la cruda realidad.

--Pero pedazo de iluso, ¿no ves que lo que están empleando son técnicas de fidelización del cliente? Lo que quieren es que vuelvas y vuelvas a comprar congelados. Yo creía que esas cosas sólo existían en EEUU, pero ya veo que no y que Cáceres, aunque pequeña, ya empieza a ser de alguna forma grande. Refrán: No te creas el rey del mambo, lo que quieren es que vuelvas al Tambo.

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