jueves, 28 de diciembre de 2006

UN DÉCIMO DE LOTERÍA QUE ERA PARA MI

Cuando me enteré de que había tocado la lotería en Cáceres aquel invierno frío pensé que era una broma. Ahora no recuerdo el número, pero sí lo evoco rodeado de espumillón rojo, en la penumbra de aquel bar donde todos los viernes iba a tomarme un bocadillo. Mi pereza por cocinar y la proximidad del fin de semana me llevaba a la plaza donde vivía, en Isabel de Moctezuma, a un bar de montaditos rápidos. El número estaba allí, centelleante. Fue un segundo o tercer premio. El caso es que en alguna ocasión había pensado en comprarlo, después de tomarme el emparedado, normalmente de atún con pimiento morrón. El número estaba bien grande e incluso un despistado crónico como yo lo veía. Dicen que hay números bonitos y feos. Este debía ser de los neutros. ¡Pero bueno, si yo nunca juego a la lotería! Eso sí, era Navidad, y en esta época se hacen cosas estrafalarias como desearse el bien a todos y regalar perfumes y corbatas. El número de alguna forma me llamaba, pero yo no escuché su canto de sirenas. Después, desde mi ventana, empecé a ver a la gente bailando en la calle, con las botellas de champán. Siempre he pensado que lo de la lotería era mentira, que en realidad no toca a nadie y que todo es un gran montaje del Estado para recaudar dinero. Estaba equivocado, la lotería toca, siempre a otros, pero toca. Hay refranes que dicen que la mala suerte en la lotería se compensa con una gran suerte en la vida sentimental. Todo es una gran mentira, amigos míos. Refrán: Desgraciado en el juego, afortunado en amores.

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